De nuevo en un concierto de celebración de sus 25 años, la Ospa nos ofreció un programa de corte más "clásico" que los precedentes.
Mirando el escenario me dio por pensar que este año habíamos tenido la oportunidad de disfrutar de mucha y buena percusión, gracias por ello, de vez en cuando es agradable salir del violín y el piano, ¡pero no mucho!
Nos reencontrábamos con el director Chileno Maximiano Valdés, al que los múltiples aplausos de final del concierto, le hicieron ver que nos agradaba volver a verle.
No es casual que comience el post al revés de como suelo hacerlo, es un homenaje a Sibelius que me encanta, y que consideraba que empezaba sus obras por el final para ir caminando hacia el principio.
En este caminar inverso del programa, comenzare por Brahms. Creo que ya he comentado que no me da más su obra. No discuto su enorme calidad, pero a mi se me hace aburrida. No lo puedo evitar, por muy bella que sea la obra y esta Sinfonía nº2 en re mayor lo es, invariablemente me evado. Como si se tratara de música de ascensor. Como su melodía sin estridencias, y su sonido de cuerdas me hace distanciarme, me fijé en el ímprobo trabajo de la orquesta. Arco arriba y abajo, casi golpeando los instrumentos, ¡que agitación! Me gustó mucho el final, no porque lo fuera, sino porque un buen golpe de percusión siempre me parece el final apropiado para una obra que se precie.
Antes del descanso, la segunda obra la estupenda Sinfonía "Matías el pintor" de Hindemith. Solo la había escuchado una vez en mi vida, y debo decir que me encanto oírla ayer en el Jovellanos. Brillante interpretación de la orquesta, y mención especial a la sección de viento que me encantó.
Es una sinfonía que pertenece a una opera basada en la figura del pintor Matthias Grünewald. Como su obra es muy Bosco, muy expresiva y personal, también la música lo es. Una vez más me maravilla la capacidad de los grandes autores para contarnos lo que quieren con sonidos. Un coro angélico en el primer movimiento, la tristeza acompasada de un entierro en el segundo y una tensa lucha contra las tentaciones en el tercero. Los tres movimientos son la musicalización de un retablo del pintor. El autor se acerca al pintor desde la sensibilidad artística, tratando de entender las motivaciones de su obra, y quizás, empatizando con ellas al sentirlas como propias. Todo ello lo logra en una cadencia de sonidos muy masticados, densos y expresivos.
Y llegamos al final, que es el principio, "La canción de primavera" de Sibelius. Una bucólica obra, deliciosa, donde uno huele a campo y ve maripositas volar, pero que no suena a Sibelius. Es una obra temprana del autor, y todavía le falta todo su sello sonoro. Por eso, y porque me falto su impronta, le homenajeo hoy con un post inverso.
Hasta la semana próxima donde pienso soñar con Piazzola y pasar frío en un "monte pelado"
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