El concierto de ayer de la Ospa fue magnifico. Salvo porque siguen ninguneandonos y no nos dan bises, fué uno de esos que se escuchan pocas veces. Con la orquesta de buen humor, un programa magnífico y equilibrado y una violinista excepcional. Mientras sonaban los deliciosos acordes de la "Danza del trigo" de Ginastera, que evocaban a una Grace Kelly de vestido vaporoso charlando, vaso en mano, con un Cary Grant de traje y pajarita, mi cabeza voló hacía algo que acababa de leer en el programa. Dylana Jenson, la violinista que aun no había salido a escena, había empezado a tocar con dos años y medio. Una joven prodigio que ya daba conciertos cuando aún era una niña. Luego, el silencio. Un silencio musical de casi catorce años debido, por lo visto, a que le quitaron su violín.
El silencio es a veces el mayor de los ruidos, la mayor de las protestas. El silencio habla más que el mas largo de los discursos. Habla de alguien que amaba un objeto hasta el punto de no soportar su perdida. Una niña de dos años debería jugar y reír. Solo somos niños una vez, adultos, casi toda la vida. Uno de los mayores crímenes es robarle la infancia a los niños. Mi abuela no tocaba el violín, pero empezó a trabajar con tres años. La separaron de su madre y pasó tanto miedo, pena y angustia que, a buen seguro ,hubiera amado a su violín de haber tenido uno. Ella también se sumía a veces en el silencio.
Gracias a un luthier e imagino que a su amor por la música, Dylana, volvió a tocar el violín. Un violín que ayer escuchamos y que es prodigioso. Tiene un sonido distinto a muchos que yo haya escuchado. Dulce, esterofonico, amplio y vibrante. Dylana Jenson es un prodigio como violinista. Perfeccionista hasta el extremo de afinar su instrumento entre cada movimiento de la obra y soberbia en su ejecución. Un prodigio escuchar la Sinfonía Española de Edouard Lalo saliendo de esas cuerdas.
La siguiente obra era West Side Story de Bernstein. Estuvo muy bien, la orquesta parecía divertirse y al publico le gustó. Yo confieso que detesto esta pieza así que aunque alabo la ejecución no llegue a disfrutar. El concierto se cerro con las Danzas del Principe Igor de Alexander Borodin. Estas son de las que crean aficionados a la música clásica. Estupendas, bellas, atemporales, de siempre.
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