El hombre pinguino era igualito a Danny Devito, como si la naturaleza los hubiera separado al nacer. Se paseaba por el frío e inclemente invierno de Buffalo, ataviado con camisa Hawaiana, pantalones cortos y sandalias. Era fotografo free lance para una conocida revista y su amor eran los pingüinos.
Tras un año sacándoles fotos para un reportaje, decidió que
eran los únicos seres a su altura, literalmente ya que medía metro y medio y se
especializó en sacarles fotos. El hombre pingüino, era uno de los mejores
amigos del padre de mi familia Americana, quizás porque uno era alto, delgado y
callado y el otro pequeño gordo y parlanchín. Como a buen descendiente de
Italianos, le gustaba mucho el buen comer y su postre favorito eran los
Cannolis que nos traía siempre que venía a cenar a casa. Una de sus
peculiaridades, era que tenía la casa llena de pingüinos de PVC. Se había
pasado seis meses, según me conto su sufrida esposa, llamando a todas las fábricas
de elementos para decoración que la guía, de aquella google no había llegado a
nosotros, puso en su camino. Cuando por fin encontró lo que quería, encargó cien
pingüinos de plástico que llegaron a su casa en un camión para quedase. En su
baño, un pingüino sujetaba el papel en el pico y otro tenía el jabón de manos,
los había por todas partes, vestidos de Elvis, con camisa Hawaiana, con sombrero
y hasta con paraguas. Ni que decir tiene, que en Navidad, su casa era un
festival de pingüinos Noel. Un día me dijo que a todos sus amigos les regalaba
un pingüino, que era su manera de decir “te quiero”, pero que para no hacerme
viajar con uno en avión, me lo enviaría a mi casa después de mi regreso. No es
que no le creyera, pero con esa edad ya sabía que hay más promesas incumplidas
que estrellas en el cielo. Un mes después de mi vuelta a España llegó una caja,
en ella, un pingüino con un jersey de Buffalo y un monton de camisetas me dijo,
Te quiero. Todos sus pingüinos se llamaban Penrod, conserve su nombre y le
prometí que un día tendría una terraza donde ponerle. Me ha acompañado en cada
mudanza y en cada día de mi vida desde hace casi veinte años, cada vez que le
miro le envio un “I love U” al cielo al hombre que me lo regalo, que esta allí desde
que un ataque al corazón se lo llevó a una tempranísima edad. El hombre pingüino
me enseño que el amor se demuestra de muchas maneras y que una es compartiendo con los demás aquello que te hace feliz. Recuerdo muchas veces su generosidad y su humanidad extrema y por eso hoy, he querido recordarle, porque el nunca sabrá lo mucho que significó para mi que cumpliera su promesa, pero Penrod y yo le estaremos siempre agradecidos.
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