lunes, 26 de agosto de 2013

El hombre pingüino

Con dieciseis años me fui a estudiar a EE.UU. Tras una variada serie de tribulaciones, de esas que solo me pasan a mi, dos cambios de casa y una semana durmiendo en el sofa de una compañera de clase, acabé encontrando a una familia maravillosa. Dicen que Dios escribe recto con renglones torcidos y es algo que suscribo,aunque a veces, me apetezca comprarle una regla para que no se tuerza tanto. Alguien me dijo una vez, que la mejor manera de que los demás vivan es recordarlos, asi que yo hoy voy a recordar al "penguin Man"con vuestro permiso.
El hombre pinguino era igualito a Danny Devito, como si la naturaleza los hubiera separado al nacer. Se paseaba por el frío e inclemente invierno de Buffalo, ataviado con camisa Hawaiana, pantalones cortos y sandalias. Era fotografo free lance para una conocida revista y su amor eran los pingüinos.


Tras un año sacándoles fotos para un reportaje, decidió que eran los únicos seres a su altura, literalmente ya que medía metro y medio y se especializó en sacarles fotos. El hombre pingüino, era uno de los mejores amigos del padre de mi familia Americana, quizás porque uno era alto, delgado y callado y el otro pequeño gordo y parlanchín. Como a buen descendiente de Italianos, le gustaba mucho el buen comer y su postre favorito eran los Cannolis que nos traía siempre que venía a cenar a casa. Una de sus peculiaridades, era que tenía la casa llena de pingüinos de PVC. Se había pasado seis meses, según me conto su sufrida esposa, llamando a todas las fábricas de elementos para decoración que la guía, de aquella google no había llegado a nosotros, puso en su camino. Cuando por fin encontró lo que quería, encargó cien pingüinos de plástico que llegaron a su casa en un camión para quedase. En su baño, un pingüino sujetaba el papel en el pico y otro tenía el jabón de manos, los había por todas partes, vestidos de Elvis, con camisa Hawaiana, con sombrero y hasta con paraguas. Ni que decir tiene, que en Navidad, su casa era un festival de pingüinos Noel. Un día me dijo que a todos sus amigos les regalaba un pingüino, que era su manera de decir “te quiero”, pero que para no hacerme viajar con uno en avión, me lo enviaría a mi casa después de mi regreso. No es que no le creyera, pero con esa edad ya sabía que hay más promesas incumplidas que estrellas en el cielo. Un mes después de mi vuelta a España llegó una caja, en ella, un pingüino con un jersey de Buffalo y un monton de camisetas me dijo, Te quiero. Todos sus pingüinos se llamaban Penrod, conserve su nombre y le prometí que un día tendría una terraza donde ponerle. Me ha acompañado en cada mudanza y en cada día de mi vida desde hace casi veinte años, cada vez que le miro le envio un “I love U” al cielo al hombre que me lo regalo, que esta allí desde que un ataque al corazón se lo llevó a una tempranísima edad. El hombre pingüino me enseño que el amor se demuestra de muchas maneras y que una es compartiendo con los demás aquello que te hace feliz. Recuerdo muchas veces su generosidad y su humanidad extrema y por eso hoy, he querido recordarle, porque el nunca sabrá lo mucho que significó para mi que cumpliera su promesa, pero Penrod y yo le estaremos siempre agradecidos.




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