Como decía en mi post anterior, no todo en la Republica fue negativo. Hubo cosas buenas, muchas de ellas, más en la teoría que en la implementación. Una de esas cosas fue la reforma agraria.
En otro post que escribí recientemente sobre el café, mencionaba al gran economista David Ricardo y su teoría sobre la escasez, que fundamentó en sus estudios sobre la agricultura en Inglaterra.
Aquí en España, país donde la agricultura ha sido y es de gran importancia, creo que ha faltado una reflexión profunda sobre la misma, desde un punto económico serio y sin las demagogias habituales que dividen la cosa entre "pobres explotados" y "señoritos explotadores". Por supuesto, de todo hubo y sigue habiendo
Hoy poco tengo que redactar ya que siempre prefiero que hablen los protagonistas, y que el lector extraiga sus propias conclusiones.
Hoy nos ilustran sobre la reforma agraria dos personajes de la época. El primero D. Antonio Ramos Oliveira (*1):
“La reforma agraria debió haber sido concebida con criterio netamente político, como el que se aplicó a la expropiación de las fincas de la grandeza. Hallándose España sojuzgada por una clase territorial, la República tenía la misión de destruir a esta clase en el fundamento de su poder social; la gran propiedad agraria. No era el paro campesino, ni la penuria rural, ni siquiera el latifundio, por escandalosos que parecieran, los más ingentes problemas que planteaba el campo al gobierno. La cuestión clave era eminentemente política: o la República liquidaba a la oligarquía, o la oligarquía liquidaba a la República.
El latifundio no era más que un aspecto y no el más complicado, del problema general de la propiedad básica española. No podía desconocer el legislador la profundidad del problema creado a la nación por el minifundio. El propietario – mendigo de Castilla y Galicia, devorado por la usura; el arrendatario a corto plazo de Castilla, que ha de pagar la renta en moneda, sea bueno o malo el año, y es tan víctima del usurero como el pequeño terrateniente; estas muchedumbres de agricultores que ignoran en absoluto el lado amable de la vida, que apenas alientan bajo una insufrible opresión económica y política, que nunca se sublevan, ni protestan, ni se agitan, ¿no denuncian una realidad más siniestra e inquietante que las masas sin tierra, revolucionarias y descontentas del sur? Ni Castilla ni Galicia asaltaban al gobernante con un problema espectacular, ruidoso, e inmediato, más esto antes que motivo de sosiego o satisfacción para la República, debía haber sido motivo de seria alarma.
El considerable problema del arrendamiento a corto plazo quedó sin resolver. Aunque de momento el gobierno provisional enfrenó a los propietarios y apoyó la reducción de rentas, sin embargo, se mantuvo el carácter abusivo de la propiedad. Pero a la espera de que el Parlamento discutiera y aprobara una ley definitiva de arrendamientos, nada práctico se hizo. Antes bien, como luego se verá, la ley de arrendamientos que salió de las Cortes, dictada por la oligarquía en el período contrarrevolucionario, acabo, acaso, con los pocos arrendamientos a largo plazo que quedaban en Castilla.
En la ley agraria se aludía a los antiguos bienes comunales y de propietarios, soporte en otro tiempo de la economía popular agraria, y se confiaba su rescate y devolución a los pueblos a una disposición futura de las Cortes. Tampoco tornó a hablarse más de este asunto; la contrarrevolución lo asfixió como todo lo demás.
En fin, la República soslayo asimismo, el endémico problema de los foros gallegos. La vieja aspiración del campesinado del noroeste de liberarse de esta servidumbre fue una vez más defraudada.
Naturalmente, las razones principales del fracaso de la reforma agraria eran estrictamente políticas y sociales. Es un error suponer que no había bastantes técnicos. Pero resultaba dificultosísima empresa la de abrir camino a las reformas. El bracero no se conformaba con menos que con la propiedad absoluta de la tierra y la total eliminación del propietario. Propiedad absoluta de la tierra, bien. ¿Más en que forma? ¿Propiedad individual o colectiva? Y donde se imponía la explotación en común, generalmente en todo secano, ¿Qué procedimiento debía de prevalecer? ¿la conducción unida o la conducción dividida? Éstos eran obstáculos insuperables para un gobierno despotenciado por la brega de los partidos.
Y sin embargo, después de la primera gran guerra se habían realizado en Europa varias reformas agrarias, a satisfacción de los campesinos. Ahora, menester es recordar que esas reformas no tropezaron con inconvenientes insalvables, primero, porque las impusieron las oligarquías territoriales – más inteligentes, al parecer, que la española – temerosas del bolcheviquismo, que rebullía detrás de la puerta. Estas oligarquías gobernaban en un régimen virtual de dictadura, salvo en Checoslovaquia. Y segundo, porque la masa de campesinos sin tierra era en cada uno de esos países mucho más reducida que en España. El caso de España, en el orden agrario, es único en Occidente. Ni en el centro ni en el oriente europeo acontecía que hubiera dos, dos y medio o tres millones de braceros sitiados por la gran propiedad, sujetos a salarios ínfimos, en trágica competencia mutua merced a la superabundancia de la mano de obra.
Una reforma agraria implantada en España por la oligarquía de la Restauración o por la dictadura del general Primo de Rivera, esto es, por los conservadores, se hubiera deslizado como se deslizaron las reformas agrícolas en las naciones del centro y el oriente de Europa. No se hubiera creado en el campo Español una situación anárquica e inextricable. Pero en la República, los propietarios en rebeldía se servían del mismo proletariado para estrangular las reformas. Como se hicieron las cosas hubo en el campo andaluz y extremeño un maremágnum, una anarquía, que algún propietario inteligente, el torero Juan Belmonte, denuncio con la desesperada tesis de que era preferible el comunismo, un sistema, una ley, un orden cualquiera, pero una solución.
Además, la reforma agraria española estaba comprometida sobre el terreno por la discrepancia entre la orientación individualista, dogma de los republicanos, y el propósito de organizar las nuevas explotaciones colectivamente, criterio de los partidos proletarios. El espectro del socialismo o el comunismo, que espantaba a la intelligentia republicana tanto como a los duques, y el temor de alarmar a las potencias capitalistas se alzaban contra las soluciones colectivistas, aun siendo, por razones geográficas, las únicas aconsejables en muchos casos.
Sistema individualista o familiar o sistema colectivista no eran, en cuestión cerrada, como se hacía de ellos, la solución, ni en orden técnico ni en el político. La reforma agraria podía haber participado de ambas maneras de explotación. Importaba, ante todo, una reforma, la que fuera, que privara a la oligarquía de su descomunal poder económico. Faltó esta concepción política del problema”.
Como contrapunto a esta opinión vertida por un socialista, valga la de D. Salvador de Madariaga, (véase llamada en mi post "Aprobación de la constitución y giro a la izquierda")
“La
reforma estaba en conjunto, bien orientada y revelaba un buen sentido de
gobierno, con la excepción de un par de artículos redactados con carácter
confiscatorio y vindicativo. Fracasó por su propia lentitud, debido en parte a
las dificultades del mismo problema, y en parte al defecto clave del Estado
Español: la ineficacia de los funcionarios, no advertida por Azaña, a pesar de
que también él era un funcionario”.
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(*1)
D. Antonio Ramos Oliveira (Zalamea la Real 04.07.1907 – México 25.06.1973)
Escritor, periodista u diplomático. Fue redactor del Socialista, estuvo en
prisión por la Revolución de Octubre del 34. Encontrándose al en Londres
como Agregado de Prensa al finalizar la Guerra Civil, se asiló y en este
periodo publicó su primera obra: Politics, Economics and Men of Modern Spain.
Posteriormente emigró a México donde desarrolló una importante carrera como
intelectual, escritor e historiador, pasando por méritos propios a desempeñar
importantes papeles como funcionario de carrera para Naciones Unidas.
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Me gustaría dedicar este post a la memoria de Luciano Garrido, al que tuve la fortuna de conocer y quien sufrió en sus carnes la condición de bracero en Salamanca.
Me gustaría dedicar este post a la memoria de Luciano Garrido, al que tuve la fortuna de conocer y quien sufrió en sus carnes la condición de bracero en Salamanca.
El texto y la investigación que subyace pertenece a Audrey y yo. Si vas a usarlo, cita la fuente.
Me alegra conocer su planteamiento histórico básico. Destoco su rigor y pulcritud de ideas, es lo que nos manifiesta con ese dejar “que hablen los protagonistas, y que el lector extraiga sus propias conclusiones."
ResponderEliminarVeo que bebió en una fuente original: El campo salamantino, extremeño y de algunas zonas andaluzas, lo vivieron en primera persona.
Quedo a la espera de su próximo.
me adhiero al que precede y quedo a la espera como él.
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