viernes, 23 de marzo de 2012

Música (yo)

Alguien dijo que la música es el lenguaje de Dios. Ayer escuchando a la Ospa hubo momentos en que lo sentí. El programa no era de los más populistas. Era , en mi opinión, para ya iniciados en la música. Para aquellos que pueden sumergirse en la turbulencia callada de los legatos de la esplendida La isla de los muertos, op.29 de Sergei Rachmaninov y sentir toda la fuerza de la obra. La niebla y la humedad fueron invadiendo el teatro hasta sumergirnos a todos en un estado hipnótico. A lo lejos, sólo una luz, la de la barca de Caronte. Rocas y escollos sobresalen de aguas negras y oscuras. El pulso de los remos en el agua va in crescendo, las pequeñas olas que lamen la barca, la tensión del compás recurrente de 5/8 hasta que llega el climax y luego el silencio. Silencio. Silencio que se diluye mientras el barquero vuelve a la orilla y espera...

La segunda pieza era, del no menos genial Bela Bartók. El Concierto para violín nº1. Obra considerada casi maldita ,ya que el compositor, se la dedicó a su amor imposible y permaneció bajo llave, hasta que ambos hubieron fallecido. La violinista Albena Danailova dió una lección de precisión. Arrancando gemidos y gritos de su violín con esos sonidos tan Bartók, tan poco melódicos en su melodía. Hay que tener una enorme técnica y una gran precisión para arrancarle al violín unos sonidos tan agudos e inquietantes y conferirles, a la vez, la emoción que los vuelve humanos. No pude evitar emocionarme recordando mi infancia, cuando el ratón Jerry huía de Tom en un Teatro mientras sonaban los acordes de Bartok. Antes hasta los dibujos desprendían cultura.
El programa terminaba con la obra de Modest Mussorgsky, Cuadros de una exposición. Esta obra comienza con un conocidisimo "tararara" (si no me creéis escucharlo en You Tube), es una pieza tan magistral que uno, realmente, va paseando por un museo y realmente va viendo cuadros. El compositor la escribió tras visitar la obra del pintor y arquitecto Viktor Hartmann. Fue en su origen una obra para piano pero se popularizo, gracias a la orquestación, que de ella, hizo el genial Maurice Ravel (el del famoso bolero). La obra comienza con una melodía Promenade, que se repite casi cada vez que cambia de cuadro, dándole así, continuidad a la obra. De esta forma vamos viendo las obras de este museo, El Gnomo, El mercado de Limoges o Catacumbas. En este particular museo hay diez cuadros colgados y cada uno tiene una melodia completamente distinta que evoca unas u otra cosas. Maravillosa la orquesta que nos va llevando por este itinerario fantastico donde tienen cabida todos los instrumentos. ¡Hasta los percusionistas se dan el gusto de intervenir un buen rato!.

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