miércoles, 7 de junio de 2017

6J: día D; hora H.

     Todo en la vida se puede reducir a números. Mi parte matemática adora esa concreción y mi parte literaria ama buscar la realidad detrás de las cifras. Si reducimos a números una de las operaciones militares más brillantes y decisivas de la historia moderna nos dejaría atónitos: Casi 200.000 soldados; 5.000 barcos; 1.200 aeronaves; la creación de dos muelles artificiales, Mulberry; carros de combate modificados; planeadores Waco y Douglas C47; estudio climático y de las mareas; una operación cortina lanzada un año antes llamada Bodyguard destinada a despistar al enemigo; la creación de una falsa unidad militar liderada por Patton acuartelada en Kent y para la que se construyeron falsos carros y lanchas; una red de espías dobles suministrando mentiras al enemigo; un sinfín de horas de planificación y hasta un año de ensayos del desembarco en una playa de Devon (Inglaterra). Todo eso tiene un nombre la operación Neptuno, dentro de la operación Overlord y un hito: el desembarco de Normandía. 
Lo demás ya es historia: La playa de Omaha; Juno; Coleville sur Mer; Pointe du Hoc...
 
     Ayer el mundo conmemoraba el día del desembarco. La operación militar que marco el fin del nazismo y la liberación de Europa. Esa operación que llevaron a cabo conjuntamente Ingleses, Americanos y Canadienses y que libero a Europa del yugo de la sinrazón. Ayer hubo muchos que ni se enteraron. Pero deberían, sobre todo porque todavía estamos enterrando los últimos muertos de Londres y sabemos que no serán los últimos.
 
     Siempre he apreciado la planificación militar. No entrare en ello porque sería largo pero solo pensar en los problemas logísticos que hubo que resolver para una operación de ese calibre son fascinantes. Mi admiración por los grandes hombres detrás de ella es innegable: por su audacia, su patriotismo y su inteligencia. Reconozco que siento admiración; nunca envidia porque he sufrido su daga en mis costillas demasiadas veces como para permitirme tal pecado; admiración por la altura de miras y la entrega. Por esas cruces y esos cementerios que el gobierno de Estados unidos paga y cuida. Un gobierno que sabe donde y cuando han muerto cada uno de sus ciudadanos. Porque allí ser ciudadano es una categoría que te cualifica para ser algo más que un paga impuestos. Allí significa que formas parte de algo más grande que tu y que en la muerte se te honra. Como alguien dijo: "los héroes se quedaron en la playa".
 
       El 6 de junio de 1984 yo tenía diez años. En Pointe du Hoc el entonces Presidente de EE.UU Ronald Reagan, pronunciaba un discurso sobre lo que había significado el desembarco. Un gran liberal y un grandísimo presidente. Curiosamente también denostado por muchos: que si era un actor bobo; que si gobernaba siguiendo los consejos de una astrologa; que si era un títere de otros; que si la abuela fuma...
 
 Ronald Reagan tenía planta de galán y voz de lo que había sido, un actor, y sus palabras me calaron pese a no entender entonces ni una palabra de Ingles. Muchas veces he vuelto a escuchar su discurso desde entonces. Tenía la cualidad de decir lo justo, de narrar la épica sin caer en la falsa lagrima, y de siempre recordar lo que era importante de verdad.
Hoy transcribo aquí su discurso porque creo que el mundo necesita oírlo de nuevo, y comprender lo que significa. Esta Europa, vieja y prepotente, debería plantearse que: "los aliados" se cierran o hacen Exit; que la libertad esta en peligro; y deberían estremecerse pensando en la mediocridad y el buenismo que vivimos donde los grandes hombres como Churchill, Bernard Montgomery o Bernard Ramsey serian hoy acusados de: locos; prepotentes o estúpidos; y en algunos casos excomulgados.
  
   "Estamos aquí para conmemorar ese día de la historia en el que los pueblos Aliados se unieron en la batalla para recuperar la libertad de este continente. Durante cuatro largos años, gran parte de Europa estuvo bajo una sombra terrible. Las naciones libres habían caído, los judíos clamaban en los campos, millones gritaban por la liberación. Europa estaba esclavizada, y el mundo rezaba por su rescate. Aquí en Normandía comenzó el rescate. Aquí, los aliados aguantaron y lucharon contra la tiranía en un esfuerzo gigantesco sin igual en la historia humana.
Nos encontramos en un punto de la costa norte de Francia, solitario y azotado por el viento. El aire es suave, pero hace cuarenta años en este momento, el aire estaba denso de humo y gritos de hombres, lleno del golpeteo de los fusiles y el rugido de los cañones. Al amanecer, en la mañana del 6 de Junio de 1944, 225 Rangers saltaron del buque de desembarco británico y corrieron a la base de esos acantilados. Su misión era una de las más difíciles y atrevidas de la invasión: escalar esos escarpados y desolados acantilados y eliminar los cañones enemigos. Los aliados habían recibido información de que algunos de los cañones más poderosos estaban ahí y que serían dirigidos a las playas para detener la invasión aliada.
Los Rangers levantaron la vista y vieron a los soldados enemigos, en el borde de los acantilados disparándoles con ametralladoras y lanzando granadas. Y los Rangers americanos empezaron a escalar. Dispararon escalas de cuerda sobre los acantilados y comenzaron a ascender. Cuando un Ranger caía, otro ocupaba su lugar. Cuando se cortaba una cuerda, un Ranger cogía otra y comenzaba de nuevo el ascenso. Escalaron, devolvieron los disparos, y mantuvieron la posición. Pronto, uno tras otro, los Rangers alcanzaron la cumbre, y tomando el terreno firme sobre esos acantilados, comenzaron a recuperar el continente europeo. Doscientos veinticinco vinieron aquí. Después de dos días de combates solo noventa podían aún llevar sus armas.
Detrás de mi hay un monumento que simboliza a los arrojados Rangers que se lanzaron sobre la cumbre de estos acantilados. Y detrás de mi están los hombres que les pusieron allí.
Estos son los muchachos de Pointe du Hoc. Estos son los hombres que tomaron los acantilados. Estos son los campeones que ayudaron a liberar un continente. Estos son los héroes que ayudaron a terminar una guerra.
Señores, les miro y pienso en las palabras del poema de Stephen Spender. Sois hombres que en vuestras "vidas luchasteis por la vida... y dejasteis vívido el aire firmado con vuestro honor".
Han pasado cuarenta veranos desde la batalla que luchasteis aquí. Erais jóvenes el día que tomasteis estos acantilados; algunos de vosotros apenas erais más que muchachos, con los más profundos placeres de la vida ante vosotros. Y aun así lo arriesgasteis todo aquí. ¿Por qué? ¿Por qué lo hicisteis? ¿Qué os impulsó a poner a un lado el instinto de supervivencia y arriesgar vuestras vidas para tomar estos acantilados? ¿Qué inspiró a todos los hombres de los ejércitos que se unieron aquí? Os contemplamos, y de algún modo sabemos la respuesta. Era fe, y creencia; era lealtad y amor.
Los hombres de Normandía tenían fe en que lo que hacían era correcto, fe en que luchaban por toda la humanidad, fe en que un Dios justo les concedería clemencia en esta cabeza de playa o en la siguiente. Era el conocimiento profundo - y quiera Dios que no lo hayamos perdido - de que hay una profunda diferencia moral entre el uso de la fuerza para la liberación y el uso de la fuerza para la conquista. Vosotros estabais aquí para liberar, no para conquistar, y así ni vosotros ni esos otros dudasteis de vuestra causa. Y hacíais bien en no dudar.
Todos sabíais que hay cosas por las que merece la pena morir. El país de uno, es una causa por la que morir, y la democracia es una causa por la que morir, porque es la forma de gobierno más profundamente honorable que ha creado el hombre. Y todos amabais la libertad. Y todos estabais deseosos de combatir la tiranía, y sabíais que la gente de vuestros países os respaldaba"
 
     Solo puedo añadir AMEN.
  
 

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