Si yo fuera rica, hay dos intangibles que me gustaría comprar; espacio y silencio. Quizás por eso adoro las salas de concierto, no por el espacio, sino por el silencio. Me gustan esos momentos previos en que esperas que empiece la música anticipando su sonido. Aunque ayer parecía que todos estabamos atacados por algun virus y el que no sacaba un caramelo tosia o se sonaba.
El concierto era la creación de Haydn. A mi particularmente es una obra que se me hace tan aburrida como larga. Que no se me mal interprete, prefiero mil veces un concierto, de lo que sea, que un partido de fútbol, pero esta obra no es de mis favoritas. La Ospa, sin embargo, brilló, tocando muy bien y sonando de un modo empastado y bello. Pero a pesar de ello y del estupendo coro Príncipe de Asturias, a mi, los días de la creación se me hicieron muy largos. No ayudaron los solistas, que tenían unas voces que acompañaban a su aspecto, el tenor con una voz tan esmirriada como su cuerpo, apenas se le escuchaba por encima de la orquesta. La enorme y pechugona soprano,( según mis vecinas de silla "tenía la cintur muy alta y el vestido no ayudaba"), poseía una voz, que podría escucharse en un atasco de tráfico en NY, y no solo por el tono, sino también por el poco gusto a la hora de modularla. En vez de anunciar la creacion, parecía la Merkel en el Congreso. El barítono no era ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco y su voz era igual. La belleza de una obra como esta, se encuentra en parte, en la emoción que deben transmitir los cantantes, en los dúos y tríos y en los momentos en que el coro refuerza a los solistas en un canto unánime. Es decir, en la armonía, ayer, lo que apetecía era que se callaran los cantantes y escuchar sólo a la orquesta y el coro...
Para no perder la costumbre voy a pedir algo, por favor, el año que viene el Requiem de Mozart o el de Verdi, haganme feliz.
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