Hubiera deseado titular este post: "Balada triste de trompeta" pero ese ya lo escogió en el 2010 Alex de la Iglesia para una peli suya. Como no soy de plagiar, me conformo con el mío. Lo del título no es lo más relevante, pero en este caso tenía importancia porque uno de mis protagonistas de hoy amaba el cine. Entre nosotros nos entendemos supongo.
El mundo "mundial" amanecía hace dos días con la muerte del gran escritor Philip Roth. Confieso que en mi humildad aspiraba algún día a conocerlo. Es cierto que no frecuentamos los mismos círculos, - léase la ironía-, ni por supuesto, habitamos el mismo continente, pero soñar es gratis. No tenía yo ideas preconcebidas respecto a nuestro encuentro. Nunca he imaginado si sería en el seno de una presentación literaria o comprando un bagel en NY. Tampoco me he parado a pensar si sería un hombre simpático, o por el contrario un estirado progre de vuelta de todo. Con que no fuera un viejo verde me basta. Esto lo digo porque todavía recuerdo a una vieja estrella del fútbol Belga, que al tomarse una foto con mi esposo, (gran aficionado y jugador en su tiempo de fútbol), y conmigo, me posó su mantecosa mano en las posaderas. Tuvo suerte de que estaba embarazada porque sino se la arranco de un mordisco.
La cosa es que se nos ha ido un gran escritor, uno de los de antes, de los que construía libros con historias densas y personajes reales. Personajes con problemas de próstata e incontinencia urinaria, que llevaban pañales para hombre y disfrutaban bailando un "agarrao". Personajes grises donde cabía la bondad y la maldad, pero sobre todo, personajes que nunca te apetecía ser. Siempre parecía que vivían vidas perdidas en lugares húmedos. Y sin embargo, ahí estaba la pluma de Roth para hacerlos geniales, para hacer que te importaran ellos y sus vejigas urinarias. Se ha ido un maestro de las letras, y mientras Dylan tiene un nobel que casi le cuesta un infarto, este señor se ha despedido sin él. Imagino que es más popular dárselo a un progre que a un Judio, otra cosa no me explico.
Mientras tanto yo despedía a alguien que en mi mundo también fue importante. Hace unos días le contaba a mi hija, - a raíz de unos desafortunados comentarios en su clase que calificaban a la representante de Eurovisión Israeli como "loca"-, que las personas son muy aburridas y no reconocen la genialidad. Ser diferente, extravagante incluso, no es malo sino maravilloso. Por algún motivo en este mundo uniformado, la diferencia, -de cualquier clase- se asocia con locura. Sin embargo, los mayores precios que se pagan en las subastas de arte, no se pagan por cosas realizadas por empleados de banco, sino por personas diferentes. El mundo lo cambian los que son diferentes y el dinero lo ponen los grises. Le contaba todo esto a una niña que lloraba porque había descubierto ya, el martillo que aplasta a los clavos que sobresalen, y ella sabe que no es martillo ni clavo hundido en madera de aglomerado.
La persona que yo despedí en un hermoso y atípico funeral fue uno de esos clavos que sobresalen. Yo le apodaba internamente "El comandante" porque su cuerpo atlético y apolíneo, de espalda siempre erguida y actitud marcial era lo que inspiraban. Nunca se lo dije. Pero era un apodo cariñoso, porque para mi, ser comandante es un honor y no un chascarrillo. Pese a ser padre de un amigo, pasé mucho tiempo con él en el gimnasio de un club que pertenece a mi pasado. Era un deportista nato, de esos que practican deporte, que quieren que los demás lo practiquen con ellos, y que jamás te habla de ganar o perder nada. Para él ganar era la practica, aunque era un hombre extremadamente exigente y perfeccionista. Lo recuerdo con sesenta y pocos, enseñándome un catalogo de bíceps y triceps de silicona, y diciéndome que el futuro estaba en esos implantes. Yo le miraba alucinada, porque los suyos naturales, eran aun mucho más grandes y fuertes. Me ayudó a cambiar pesos en las maquinas, me daba conversación y me incluía con educación en su tertulia de "todo hombres sesentones". Una tertulia donde se hablaba de todo un poco, y que a mi, me divertía mucho más que la que mis iguales por edad, mantenían en la piscina del mismo club.
Su legado vital se divide en cinco. Cada uno posee partes de él. Ahora recuerdan lo bueno pero vivir al lado de un hombre carismático y exigente siempre es complejo. Tantas veces sientes que no estás a la altura. Al menos ellos dividieron la carga entre cinco. Sus valores están pues a salvo: el esfuerzo, el trabajo, la disciplina, la educación, la enorme fe y la sociabilidad. Tuvo la suerte de ver crecer a su familia, de tener yernos y nietos y creo poder afirmar que vivió una buena vida.
No solo fue un gran promotor del deporte, también era un hombre de inclinaciones artísticas y un profesional. Tenía un sentido del humor peculiar, negro, que no todos comprendían. El humor inteligente, por definición, se reserva para unos pocos. No dejó nada al azar, ni su entierro. Disciplinado hasta la muerte me dejó una enseñanza más: ya que vamos a pasar por ello, que sea bonito. Y lo fue.
Tuvo un funeral emocionante, rodeado de su familia y muchos amigos de todas las edades, porque el que es joven de espíritu trasciende a la mezquindad de los números. Escogió la música que quería que sonara, el poema que quería que se leyera, y sobre todo, hizo que su hijo tocara a silencio con la trompeta. Homenaje a su película preferida: "De aquí a la eternidad". Nunca lo había visto, pero cuando terminó la iglesia prorrumpió en aplausos. Mirases donde mirases, ojos húmedos por la emoción. Las personas diferentes no deberían irse nunca, el mundo se vuelve tan gris como los personajes de Roth. El nunca hubiera podido ser uno de ellos, hubiera tomado demasiadas decisiones y eso hubiera estropeado la trama.
Imagino que ahora mismo estará deslizándose en una piragua por otros mares, o pidiéndole a alguien que le acompañe a correr, o a "cruzar la playa a nado": "¡Vamos hasta la segunda boya! que esta aquí al lado" Te decía mirando a un lugar que a mi, se me antojaba muy lejano.
De aquí a la eternidad, Shalom comandante.
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