martes, 12 de septiembre de 2017

Contador, mi abuelo y el ciclismo.

Alberto Contador subió el Angliru el sábado: y ganó. Al otro lado de la pantalla yo me mordía los muñones. Sufría pensando en que se cayera de la bici, - ¿no hay alguien que pueda controlar a esos fans que corren y apretujan ciclistas? -, fibrile cuando vi que podía quitarle el pódium al tercero, y luego cuando le comieron tiempo y vi que ya no era posible. Le grité a mi marido por interrumpir mi histeria relatándome lo que decían en la radio, y también a mi hija por preguntarme algo. Sufrí cuando el líder reaccionó y tiró de todos, y cuando nadie salió en su ayuda rompiendo el pelotón para hacerle ganar tiempo. Poca solidaridad y deportividad quedan ya en el mundo del deporte.
Finalmente ganó la etapa, y su brazos alzados al entrar en la meta fueron los míos. En ese instante recordé a Pantani, "el pirata" y todas las tardes de gloria que nos dio a los que entendemos de subir montañas y coronar cumbres.
Me gustan los sufridores; los que luchan y no se rinden; los que atacan y no se esconden; los que nunca pierden la esperanza de ganar la etapa. Es la épica del ciclismo y la de la vida.
Mi abuelo José amaba el ciclismo. Me atrevería a decir que hubiera podido ser un grande. No se bajó de la bici hasta que falleció. Cuando mi abuela casi muere en un parto y se fue al pueblo, él recorría más de cien kilómetros para verla: todos los días y después de trabajar. Para su desgracia ella nunca lo apreció.
Mi abuelo fue de esos Españoles que no tuvo la suerte de vivir su vida como quiso. Pasó una guerra, tuvo hambre, cuido a su familia, se ocupo de sus hermanas, se casó, tuvo hijos, trabajó y murió. Creo poder decir que nunca fue demasiado feliz, pero tampoco sabría decirlo. Era un hombre silencioso, y los silencios son peligrosos. Del que habla es fácil saber lo que siente, del taciturno hay que esperar la tormenta.
Nunca disimuló su desagrado por mi padre, y tampoco su amor por mi. Fue un gran abuelo y me hizo comprender ya muy pequeña, que se puede querer a personas que no se soportan y no estar loca por ello. En cierto modo su intolerancia me hizo tolerante. A veces se aprende más con el ejemplo equivocado que con el correcto. Pero en el fondo, su desagrado fue colándose por mis rendijas y tristemente, fue separándome de él.
Cuando era pequeña e inmune a todo, veía con él las etapas del tour en la tele, y las de la vuelta a España. Admiraba mucho a los ciclistas, y su mirada me hizo apreciarlos. Nunca consiguió lo mismo con el fútbol, que también le encantaba. Imagino que porque no hay épica ni señorío en ser un millonario que persigue un balón en calzoncillos.
Mi abuelo era un hombre sencillo. Disfrutaba comiendo bien, pero era frugal. Iba y venía en bici a todas partes, nunca tuvo carnet de conducir ni coche. Trabajaba con sus manos haciendo muebles, y trabajo sin faltar un solo día de su vida. Ahora sería todo un hipster.
Mi madre dice que era feo, pero era clavadito a George Clooney pero con los ojos azules. Supongo que ella y yo no conocimos al mismo hombre. Esa es otra cosa que aprendí. Los padres no son necesariamente los mismos señores que los abuelos.
A veces me miraba y veía en sus ojos la desaprobación. Todo lo que le recordaba a mi padre le incomodaba. Imagino que pensaba que nada bueno podía salir de alguien al que él no podía comprender. Tampoco se molestó en ello, pero no le guardo rencor. Fue un buen hombre que hizo lo que pudo con sus circunstancias y su falta de cultura. Tampoco era culpa suya que yo supiera leer las almas ya de niña.
A veces pienso que era un poco autista. No tenía mucha facilidad para conectar con los demás, pero yo conectaba con él, y eso basta.
Le quise mucho y le añoro muchas veces, por eso, cuando veo una gran etapa como la del sábado pienso en él. El hubiera adorado a Contador. No por ganar siempre, sino por no rendirse nunca.
De Froome hubiera dicho lo mismo que dijo de Induráin: "No tiene merito ganar así".
Así era él. Incapaz de comprender que Dios no reparte el talento de modo igualitario, y que los hay a los que les sobra, y no por ello dejan de tener merito. No creo que fuera envidioso. Pienso que su frustración hacia que detestara la falta de equidad en el reparto, y que nunca se planteó lo difícil que es la vida para el que acumula talento. Nunca entendió que lo que parece una ventaja, puede convertirse en un gran lastre y una enorme fuente de soledad. En realidad creo que había más cosas que no entendía de las que si.
A veces me pregunto si estuviera aquí, ¿Qué pensaría de mi? ¿Estaría orgulloso de como asciendo mis montañas?
El sábado Contador terminó su carrera como los grandes, con un triunfo en una subida mítica, y demostrando lo que es ser un ciclista. Espero que el resto de su vida sea igual de feliz que lo fue ese día. A mi abuelo le hubiera gustado su triunfo, hubiera sonreído al verle ganar, pero poco, porque lo de sonreír tampoco era lo suyo. Eso si, habría devorado su manzana de la merienda sintiéndose feliz de que alguien "normal" hubiera triunfado.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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