Todo lo que tengo en común con un comunista es biológico: la sangre roja y el corazón a la izquierda. Ahí se acaban las semejanzas. Algún desinformado, o malintencionado informante - (Vaticano seguro)-, podría susurrar con lengua de serpiente que mi religión católica y mi crianza S.J. me acercan un poco a esa filosofía: Falso. El Cristianismo habla de repartir lo propio, no de apropiarse de lo ajeno. Amén de que mi religión tiene como motor el amor y no ese abyecto pecado capital: la envidia.
Quizás la culpa la tuvo Marthin Luther King, al que le solía gustar mezclar las "churras con las merinas" y un día le dio por decir que: "Si el cristianismo hubiera hecho bien su trabajo, no habría comunismo". Así de sencillo y demagogo en días alternos era él. Y siguiendo por el camino de la analogía diré una vez más que: el mayor truco del demonio es convencer de que no existe. Así agazapado en la sombra el mayor de los demonios, el comunismo, is back.