viernes, 28 de octubre de 2016

La envidia: esa rata que roe sin descanso.

De la envidia se han ocupado todos los grandes hombres. Creo que eso es en si mismo, muy significativo, porque implica que existe desde el principio de los tiempos, y que ataca en cuanto algo o alguien brilla. Ya lo dijo Leonardo DaVinci: " En cuanto nace la virtud, nace con ella la envidia y antes perderá el hombre su sombra que la virtud a su envidia".
Para las grandes religiones la envidia llega por culpa del pecado. Nacemos puros y ¡zasca! nos llega el pecado y se acabó lo bueno. Comienza entonces la lucha, la batalla por parecernos a Dios, el debido cumplimiento a los mandamientos que ya empiezan "obligando" a "amar al prójimo como a uno mismo", (para mi gran eslogan anti envidia). Para las religiones orientales más pendientes siempre del camino interior,  la envidia nace del olvido. El hombre "olvida" su naturaleza bondadosa y se pierde en el proceloso mar de las emociones negativas. Debe por tanto enfocarse, centrarse, concentrarse y recordar la senda interior.
Para Platón dentro del hombre había dos corceles, (Diálogos III- Fedro), cada uno tiraba en una dirección. Uno de ellos era fácil de guiar, porque obedecía a la razón y el otro en cambio, iba desbocado porque obedecía a las pasiones y debía ser controlado por el auriga.
Aristóteles consideraba que la envidia era innata en los hombres, pero también reactiva. Cuando una persona se frustraba por algo, su envidia crecía hacia aquel que consideraba que estaba mejor.
En el año 360 a.c. Platón escribe un dialogo, "El timeo". En el sienta bases que casi todas las ciencias han ido simplemente demostrando. Hay esbozos sobre como se creo el cosmos, que pueden parecernos ahora muy ingenuos, pero son exactos en sus intuiciones y asombra habida cuenta del año en que se escribieron. En esta obra ya aparece la envidia: la de los dioses, y la de los hombres.
Todo esto en fin lo cuento porque siempre me tranquiliza saber que ese azote lo han sufrido otros antes que yo. "Mal de muchos consuelo de tontos".
Cuando yo tenía nueve años a mi academia de baile llegó una profesora nueva. Al principio no parecía nada del otro mundo, en realidad era bajita y no tenía el cuerpo bello y estilizado de las otras a las que yo admiraba. En mi clase había tres amigas mayores que yo, de unos catorce años. Ninguna bailaba especialmente bien, o eso pensaba yo. De pronto, aquella profesora bajita y con ropa poco ortodoxa, planto una semilla y aquellas tres, se convirtieron en "Paulovas". Las convenció de que no hacia falta tener un cuerpo perfecto, ni un peso perfecto, ni siquiera medidas perfectas para bailar, solo hacia falta tesón y esfuerzo. Recuerdo verlas bailar y emocionarme pensando que cuando creciera, podría ser como ellas. Hasta entonces yo solo sabía que: "no tenía un empeine bonito, mi barriga era demasiado prominente, mi culo gordo, mis piernas cortas y solo mis brazos eran pasables".
Un día llegue a la academia feliz como siempre y me encontré a las tres chicas llorando. Habían expulsado a la profesora. Al parecer su gran delito había sido comentar su embarazo con las niñas. La dirección no lo encontró apropiado y la expulsó. Recuerdo que no dimos clase aquel día y que fuimos caminando hasta la casa de la profesora para expresarle nuestra solidaridad y tristeza. Lo recuerdo como un día muy triste, porque aquel día la música murió.
Pese a mi corta edad comprendí que su expulsión solo tuvo que ver con una cosa: era mil veces mejor que todas las profesoras más la diva de la directora que tenía de bailarina el moño nada más.
Me cambie de academia de baile. Sin darme cuenta descubrir aquella maldad me afectó mucho aunque no lo supe hasta que me hice mayor, hasta que yo fui la profesora, hasta que a mi me echaron aduciendo mentiras solo por el hecho de que ensombrecía a otros por encima de mi.
Hablo muchas veces de mi hija, de lo que me cuesta educarla en este mundo loco, pero lo que más me angustia es pensar en lo mucho que brilla. Tiene una luz tan hermosa y diáfana que sufro pensando como voy a conseguir que la canalice, como voy a conseguir que se convierta en una central energética como Bill Gates, o Zuckerberg, en lugar de en un agujero negro como su madre.
En este mes horrible en que he sentido las dentelladas de la envidia roerme los tobillos hasta dejarme sin pies, le pido a Dios que me ayude, no solo para poder seguir "amando a los demás como a mi misma" sino para ayudar a mi hija a opacar al mismo sol si hiciera falta.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

2 comentarios:

  1. Como se conoce que padeció en primera persona ese mal o bien que los españoles llegan a santificar, permitiéndoles definirlos en algunos casos como "sana envidia". Qué ajenos a la realidad. Puede que por ser un pueblo de envidiosos, tengamos que recurrir a dicho eufemismo.
    Una vez más la felicito a Ud.

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  2. Si coincido con Ud. Este debe ser el único país que asocia la palabra "sana" a semejante plaga.
    Muchas gracias por su comentario y por leerme.

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