Una de mis paradojas favoritas es la del Barco de Teseo. El barco de Teseo es una
paradoja de reemplazo que se pregunta, si una cosa sigue siendo la misma cuando
sus partes se reemplazan. Esta paradoja tiene muchas variaciones; El rio de Heráclito,
el calcetín de Locke… Nuestro cuerpo cambia sus células cada aproximadamente
siete años, es decir, la persona que soy, no es la misma que fui y tampoco la
que será, pero yo soy yo, ¿o no? La cuestión que hablando de un barco es más
sencilla, se vuelve compleja si nos referimos a una persona. Si a un barco se
le cambia cada cuaderna y cada tablón, no será físicamente el mismo, pero si su
nombre es el mismo y su propósito también, ¿ha cambiado o no?
El concepto de cambio, de lo que es y no es, ha sido
analizado a lo largo de los siglos por muchos filósofos y les ha llevado a
proponer interesantes teorías. Al final, todo se resume en lo que uno conceptúe
como existencia, los limites que cada uno le ponga a la misma. Generalmente las
personas viven como si la vida fuera lineal, como si el cambio no fuera una constante
en nuestra vida. Volviendo al símil del barco, si una vida humana fuera un
barco saldría del astillero y acabaría en el desguace siendo el mismo, ¿pero
eso es así? Lo cierto es que no. Nuestra vida no es lineal, no es una sucesión
de elementos predecibles a los que tenemos que plegarnos; colegio, universidad,
trabajo, jubilación… cada uno de esos elementos crea una huella en nosotros que
nos cambia, nos modifica y hace que no podamos pasar de una cosa a otra sin
inmutarnos. Últimamente, parece que la vida está diseñada, para que pasemos de
una etapa a otra sin apenas reflexión. No nos detenemos a dimensionar la
importancia de cada momento, de cada instante, de cómo las cosas nos cambian y
como la persona que sale por la puerta a pasear no es la misma que vuelve. A mí
me impresiona que alguien que me conoció en el colegio, espere de mí que sea la
misma persona, es más, me maravilla aún más, comprobar que hay personas que
parecen estancadas en el mismo lugar en que las dejé. Entonces, me divierte
pensar en que si cada célula nueva que nace en un cuerpo, tuviera un color,
todos seríamos arcoíris andantes. ¡Mis células de hoy ni siquiera conocen a mis
compañeras de primaria!, ni a las del colegio… pero yo, soy yo. Hay que
esforzarse por recordar que el cambio es parte de la vida, que todo cambia
continuamente, nada permanece y con cada cambio se nos plantea un reto. Pero
también hay que darle su lugar a los recuerdos, a lo vivido y almacenarlo en su
lugar, un lugar importante pero que nos permita continuar. Esta cosa moderna
del “nada importa”, del pasar de aquí allá dando saltos sin apenas inmutarse no
es sana, porque no es natural. Ya lo dijo Heráclito, “todo fluye”, pero hay que
ser conscientes de ello. Cuando algo importante cambia en nuestras vidas hay
que sentarse y reflexionar. Darle a cada cosa la importancia que tiene, tomarse
un tiempo para el dolor si es algo doloroso, para la alegría si es algo alegre.
Tomarse tiempo es algo obsoleto. Es curioso como las personas se imponen
estructuras de vida a largo plazo; hipotecas impagables, trabajos imposibles,
matrimonios desgraciados y sin embargo, lo demás no lo piensan. Van y vienen
como semillas de diente de león al viento…
En Bélgica, país de origen de mi marido, acaban de aprobar
una ley sobre la eutanasia infantil. A mí me tiene conmocionada pero es otro
ejemplo de este mundo que corre y no piensa, que permite que otros decidan
sobre la vida y la muerte mientras pagan la hipoteca y corren hacia no se sabe
bien donde. Yo no quiero que de la excepción se haga regla, no quiero que la
vida se legisle. No quiero que me obliguen a pasar de puntillas por algo así.
La vida y la muerte son demasiado serias como para dejarlas en manos de
legisladores. Vamos por ahí quemando etapas, sin asentar conceptos, sin darle
tiempo a nuestro espíritu a tener una identidad clara, así, nos cambian los
tablones y dejamos de ser el barco que éramos. La velocidad de la vida en los últimos
años, se ha multiplicado por mil, pero yo me niego a correr. No quiero pensar
en el verano en diciembre, ni organizar la comunión de mi hija antes de que
sepa rezar, ni pensar en la luna de miel antes de tener un proyecto de vida
común. La niña que fui habita en mí, sus recuerdos, su memoria son míos, también
sus miedos y sus tristezas y aunque ya no está aquí técnicamente, sigue dentro
de mí y por eso yo, soy yo. Pero hay que asumir, colocar, compilar, archivar y
desde ahí continuar.
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