lunes, 24 de febrero de 2014

El barco de Teseo



Una de mis paradojas favoritas es la del Barco de Teseo. El barco de Teseo es una paradoja de reemplazo que se pregunta, si una cosa sigue siendo la misma cuando sus partes se reemplazan. Esta paradoja tiene muchas variaciones; El rio de Heráclito, el calcetín de Locke… Nuestro cuerpo cambia sus células cada aproximadamente siete años, es decir, la persona que soy, no es la misma que fui y tampoco la que será, pero yo soy yo, ¿o no? La cuestión que hablando de un barco es más sencilla, se vuelve compleja si nos referimos a una persona. Si a un barco se le cambia cada cuaderna y cada tablón, no será físicamente el mismo, pero si su nombre es el mismo y su propósito también, ¿ha cambiado o no? 
 El concepto de cambio, de lo que es y no es, ha sido analizado a lo largo de los siglos por muchos filósofos y les ha llevado a proponer interesantes teorías. Al final, todo se resume en lo que uno conceptúe como existencia, los limites que cada uno le ponga a la misma. Generalmente las personas viven como si la vida fuera lineal, como si el cambio no fuera una constante en nuestra vida. Volviendo al símil del barco, si una vida humana fuera un barco saldría del astillero y acabaría en el desguace siendo el mismo, ¿pero eso es así? Lo cierto es que no. Nuestra vida no es lineal, no es una sucesión de elementos predecibles a los que tenemos que plegarnos; colegio, universidad, trabajo, jubilación… cada uno de esos elementos crea una huella en nosotros que nos cambia, nos modifica y hace que no podamos pasar de una cosa a otra sin inmutarnos. Últimamente, parece que la vida está diseñada, para que pasemos de una etapa a otra sin apenas reflexión. No nos detenemos a dimensionar la importancia de cada momento, de cada instante, de cómo las cosas nos cambian y como la persona que sale por la puerta a pasear no es la misma que vuelve. A mí me impresiona que alguien que me conoció en el colegio, espere de mí que sea la misma persona, es más, me maravilla aún más, comprobar que hay personas que parecen estancadas en el mismo lugar en que las dejé. Entonces, me divierte pensar en que si cada célula nueva que nace en un cuerpo, tuviera un color, todos seríamos arcoíris andantes. ¡Mis células de hoy ni siquiera conocen a mis compañeras de primaria!, ni a las del colegio… pero yo, soy yo. Hay que esforzarse por recordar que el cambio es parte de la vida, que todo cambia continuamente, nada permanece y con cada cambio se nos plantea un reto. Pero también hay que darle su lugar a los recuerdos, a lo vivido y almacenarlo en su lugar, un lugar importante pero que nos permita continuar. Esta cosa moderna del “nada importa”, del pasar de aquí allá dando saltos sin apenas inmutarse no es sana, porque no es natural. Ya lo dijo Heráclito, “todo fluye”, pero hay que ser conscientes de ello. Cuando algo importante cambia en nuestras vidas hay que sentarse y reflexionar. Darle a cada cosa la importancia que tiene, tomarse un tiempo para el dolor si es algo doloroso, para la alegría si es algo alegre. Tomarse tiempo es algo obsoleto. Es curioso como las personas se imponen estructuras de vida a largo plazo; hipotecas impagables, trabajos imposibles, matrimonios desgraciados y sin embargo, lo demás no lo piensan. Van y vienen como semillas de diente de león al viento…
En Bélgica, país de origen de mi marido, acaban de aprobar una ley sobre la eutanasia infantil. A mí me tiene conmocionada pero es otro ejemplo de este mundo que corre y no piensa, que permite que otros decidan sobre la vida y la muerte mientras pagan la hipoteca y corren hacia no se sabe bien donde. Yo no quiero que de la excepción se haga regla, no quiero que la vida se legisle. No quiero que me obliguen a pasar de puntillas por algo así. La vida y la muerte son demasiado serias como para dejarlas en manos de legisladores. Vamos por ahí quemando etapas, sin asentar conceptos, sin darle tiempo a nuestro espíritu a tener una identidad clara, así, nos cambian los tablones y dejamos de ser el barco que éramos. La velocidad de la vida en los últimos años, se ha multiplicado por mil, pero yo me niego a correr. No quiero pensar en el verano en diciembre, ni organizar la comunión de mi hija antes de que sepa rezar, ni pensar en la luna de miel antes de tener un proyecto de vida común. La niña que fui habita en mí, sus recuerdos, su memoria son míos, también sus miedos y sus tristezas y aunque ya no está aquí técnicamente, sigue dentro de mí y por eso yo, soy yo. Pero hay que asumir, colocar, compilar, archivar y desde ahí continuar.




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