La historia artísitca, nos ha dado grandes dúos; Ginger y Fred Astaire, Laurel y Hardy, Lola Flores y Caracol, Arturo Fernandez y el Monaguillo (de no perderse "La parroquia del Monaguillo" en OndaCero) y tantos otros. Un día, tendría yo siete años, viendo la tele me quedé clavada ante la voz del que luego supe, era el gran Camarón de la Isla. Aquella garganta prodigiosa que parecía arrastrar arena, aquella sensibilidad en el cante y aquel dominio de la técnica no han sido superados, en mi opinión, por nadie aun.
A su lado, un guitarrista que parecía sobrecogido ante la tarea de tocar junto al genial cantante. Se le veía tímido y azorado, aferrado a su guitarra, con la vista entre baja y pendiente del quejio del otro, pero ya entonces, propietario de un carisma que le hacia destacar y no quedar apagado al lado del otro. Por eso fueron un dúo genial que ha quedado en el imaginario de todos. A Camarón nunca tuve la suerte de verlo, pero ayer, tuve la inmensa forturna de disfrutar de Tomatito y formando otro dúo mágico, esta vez, con Michel Camilo.
Estaba el Jovellanos de Gijón lleno de "gafapastas". Como el concierto se enmarcaba dentro del Festival de Jazz, tocaba ir de intelectual. Así, ellas con el pelo sin lavar, recogido en pinza, jersey de lana gruesa y gafapasta y ellos con un aire a lo Jordi Labanda sin haberse dado un agua y las consabidas gafas. Aprovecho para reivindicar desde aquí, que uno para ir al Teatro se arregla, dentro de sus posibilidades, pero se arregla. El escenario elegante; El piano negro y la guitarra apoyada en una silla, Flamenca, orgullosa
Salieron puntuales, pantalón negro y camisa acorde a la biografía; Flamenca jazz una de exilado cubano jazz la otra. Michel Camilo no necesitaba casi tocar el piano para ganarse al publico, hombre afable, educado y de sonrisa perpetua, Tomatito recogido, introvertido. Se nota que son amigos, que hay un gran Romance musical entre ellos, que se admiran. Esa complicidad y esas risas crearon un ambiente especial, como si estuvieran ensayando y nos hubieran dejado verlo a través de una mirilla . Y empezó el concierto y con él, el virtuosismo, la magia que acompaña a la perfección y la belleza. En su día di clases de piano y para mi, ver las manos de Michel Camilo, fue ver una de esas maquinas perfectas que salen en los documentales, una de esas que fabrica miles de botellas iguales, eso si, con sentimiento, con profundidad. Hubo momentos magistrales, en que parecía que del piano iban a salir fuegos artificiales, ¿o salieron?. Que precisión en esos dedos, fuertes y rotundos. ¡Que delicadeza cuando era necesaria, que swing, que ritmo, que arte!
De Tomatito, ¿que decir?. Que hay que ser muy grande para que una guitarra suene así, con tanta verdad, con tanto sentimiento, con esa perfección en los cambios de acorde que no se oyó ni un rasgueo de cuerda, sus dedos vuelan de nota en nota y como sin esfuerzo, los pasea de un sonido a otro, como si no costara. Ha crecido y ahora, el Maestro, es él. Fue una actuación perfecta, de ejecución, de repertorio y de sentimientos. Cuando uno disfruta de algo así, solo cabe dar las gracias.
Supongo que Camarón sonreirá a medias, pensando que malgasto su vida y no pudo disfrutar de esta etapa tan bella de su amigo. Un sueño. Que ayer, el tango de Piazzola, lo hubiera cantado él. De ahí al Cielo.
yo también estuve en el concierto.Leer este comentARIO ES ,COMO PROLONGAR UN POCO MÁS LA MAGIA QUE FUE ,EL CONCIERTO.
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