sábado, 19 de agosto de 2017

Audrey, Hepburn esta vez

  Cuando comencé este blog escogí el nombre de "Audrey y yo" porque era el nombre de mi hija. Es curioso pero nunca pensé en la otra gran Audrey: la Hepburn. Más curioso aun si tenemos en cuenta que ella forma parte de mi imaginario vital junto a unos pocos más. Tampoco mi hija se llama así por ella, sino por otra, y os confieso que de ser niño hubiera tenido un conflicto tratando de llamarlo Adriano ante la airada oposición de mi esposo.
    Yo soy una admiradora de la Hepburn icono, no de ella como actriz. No porque fuera mala, que no lo era, sino porque ELLA siempre trascendía a sus personajes. Mi película preferida, supongo que soy poco original, es: "Desayuno con diamantes". Cada poco la vuelvo a ver porque soy una persona muy visual, y me inspiran la belleza y la elegancia, y porque adoro la energía que desprende NY.

     Para los que hayáis leído el libro de Capote en que se inspira la película, será difícil imaginaros que su Holly Golightly, mucho más suripanta que acompañante, y mucho más baqueteada que naif, fuera a convertirse en ese icono dulce y alocado de la mujer independiente. También cuesta ahora  imaginarse a Marilyn Monroe, (otra estrella de mi cielo), y la elegida por el autor para el papel. La suya hubiera sido sin duda otra Holly mucho más voluptuosa y trasnochada, pero el guapísimo George Peppard hubiera quedado relegado a un rincón como casi todos sus partenaires. Porque Marilyn, cual mantis religiosa, fagocitaba a todo el que tenía al lado condenándolo a una esquina ¿Os imagináis sus caderas tratando de hacerse hueco en esa abarrotada fiesta que da Holly?
No viene al caso, pero yo siempre soñé con un matrimonio entre Marilyn y Elvis Presley ¡ lo se! Soy muy friqui.
      Así Capote tuvo que ver a la Hepburn convertida en su Holly, y el universo que había construido lleno de historias retorcidas y vidas deconstruidas, convertido en un lugar donde todos quisiéramos vivir (aunque solo fueran un par de días). Porque la Hepburn se convirtió en el icono de la mujer moderna. Una que sale y entra, cuando quiere, con quien quiere. Una que no necesita casarse para ser feliz, pero que en el fondo sueña con hacerlo y lo disfraza de negocio para que no le duela el que nadie se lo haya pedido nunca. Ella me enseño que todas las que dicen: "no me quiero casar" son mujeres a las que nadie se lo ha pedido de verdad.
       Holly no pertenece a nadie, no da explicaciones y no las pide, aunque en el fondo esta muy sola. Ella es alguien tan frívolo y dulce a la vez que provoca una mezcla de sorpresa y ternura, las mismas que refleja en su cara el genial Peppard.
        Junto a ella se hizo icónico su vestuario en tonos sobrios, salvo por el abrigo naranja y el vestido rosa. La sublimación a obra de arte del LBD. Ese vestido que se pone hasta en tres ocasiones con diferentes complementos. El mítico vestido de Givenchy que abre la película, el inolvidable bollo y café para llevar. Recordaros que aquí llegó el café en vasos para llevar hace cinco años... la película es del siglo pasado (1963). Ese vestido rosa de cocktail con su coronita rosa de strass ¡Hasta su moño es una pasada! con esas mechas más claras para darle definición y clase.
         Mucho le deben a esta película series como "Sexo en NY": desde la casa de Carry hasta su vestuario; o la más moderna "Gossip girl" con esos maravillosos collares babero que tanto recuerdan los de Holly.
         Esa ciudad que enamora NY. Esos edificios elegantes y míticos del Upper East Side, con sus arbolitos, sus escaleras de incendios y esas escaleras frontales que son ya un icono del cine. La casa en el 161 de la 71 sigue siendo tan fotogénica como en la película, ¿pero hay algo en NY que no lo sea? ¿O será que yo me enamore de la ciudad cuando tenía dieciséis años y todavía no se me ha pasado?
        Cuando estuve allí en mi paseo por la quinta avenida pasé por Tiffanys. No me atreví a entrar. Iba con unos pantalones vaqueros cortos y una camiseta, (era agosto), y pensé que aquel lugar era demasiado grande y exclusivo para mi. Mire desde la ventana, como Audrey, y pensé como ella, que era maravilloso que en el mundo hubiera lugares así, aunque uno no pudiera entrar jamás en ellos. Os seré sincera, yo no sabría donde ni cuando ponerme todos esos joyones pero es estupendo saber que existen. La belleza hace el mundo un lugar mucho mejor.
          Donde si entré fue en la Biblioteca Publica (en el 476 de la quinta) y me maravillo. Al salir me senté en el Bryant Park (que me gusta más que el Central), y soñé bebiendo una diet Pepsi con que algún día, alguno de mis libros estuviera en sus estanterías.
         Cada vez que veo la película me sueño vestida con una camisa blanca de Carolina Herrera, una falda lápiz negra de Gucci y unos salones de Gianvito Rossi paseando con un croissant por la quinta avenida. Esa imagen es tan poderosa que me hace sonreír, y me hace escribir porque me recuerda la biblioteca y sus estanterías, y pienso: "Donde hay un sueño, siempre hay un camino"
          Por cierto que los zapatos ya los tengo. Me los compré hace años en un mega descuento de internet, porque siguiendo la máxima de CH me dije: "hay que tener buenos zapatos y buenos bolsos". Para que os riais os diré que no me los pongo nunca. Hice ballet muchos años y no aguanto los zapatos de tacón más de lo necesario, pero ¡gracias a Dios! los sueños no entienden de metatarsos doloridos. En realidad no entienden de dolor en general, y por eso son hermosos.
         
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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