Esta semana me ha conmocionado la muerte de Bobbi Kristina, la hija de la malograda Whitney Houston. Su muerte era una crónica anunciada, en coma desde hacia seis meses, y tras ser encontrada en la bañera en circunstancias nunca aclaradas. Su novio, hermanastro suyo además, es el principal sospechoso de "lo que sea que ocurrió", pero lo que a mi me sacude el alma, no es eso, que como guión, deja atrás al de cualquier culebrón. A mi lo que me pone los pelos de punta es recordar una imagen de la bellisima Whitney en pleno esplendor, sacando a una pequeña Bobbi Kristina con un vestidito al escenario. Recuerdo el amor y el orgullo en los ojos de esa madre, casi veneración, nada que ver con la cara de otra experta en sacar niños a escenarios, la madre de "mi pequeño del alma".
No puedo evitar pensar en esa madre que perdió la batalla contra las drogas, y con ello, dejo a su hija a merced de una vida, en la que todos la lloran, pero ninguno la salvó. Me recuerda tanto a Michael Jackson, o a su hija..., niños perdidos en vidas aparentemente privilegiadas, pero de los que nadie cuida, y a los que nadie atiende.
La vida es ironica, y la hija del predicador que cantaba en el coro, y un día se convirtió en estrella, (tambien en eso fue un guión de película), se unió a un malo de libro, que la arrastró por la cuesta al infierno, la ironía subyace en el hecho, de que ella, y la hija de ambos yacen bajo tierra, mietras él, vivito y coleando, enterraba a su hija y se iba a comer tan tranquilo con unos familiares, que curiosamente no le escupieron, que perdonenme, pero sería lo que yo hubiera hecho en su lugar.
Nunca he sido yo muy fan de Whitney, pero la muerte de su hija me hizo llorar, y recordé la letra de una canción de su madre, "The greatest love of all". Quizás si en lugar de cantarla la hubiera creído un poco más, las dos estarían hoy posando en el HOLA estrenando una nueva casa en Miami.
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