Durante toda mi vida he sufrido la mirada condescendiente de aquellos que no creían en Dios. Una mirada elevada, un cierto tufillo de superioridad la de aquellos que se creían más listos que yo, o menos miedosos. Para esos seres superiores, creer en Él es una especie de tara. Algo que me infantiliza, o me hace diminuta, porque si no, ¿Por qué voy a aceptar a un ser superior? Sino necesito que me riñan y me castiguen ¿Por qué voy a seguir sus reglas? Si no tengo miedo a la muerte ¿Por qué voy a creer en el más allá? Si soy un ser racional y maduro, ¿para que necesito un ser supremo?
Lo cierto es que lo único bueno de ser yo, es que comprendo más de los otros, de lo que ellos se comprenden a sí mismos. Como en el póker, veo su jugada y elevo la apuesta: yo tengo la mano ganadora. Este es un modo genial de decir que me la refanfinfla lo que piensen, y me encantaría contarles lo que yo pienso de ellos, pero eso sería dar pistas, y paso.
Yo tengo miedo a la muerte porque no estoy interesada en el más allá, sino en el más acá. No hay nada que me vaya a consolar de la pérdida de un ser querido, y no habrá salmos ni versículos que me ayuden.
Yo no necesito un padre que me riña porque ya tengo uno, y el tiempo que le dejó libre intentar ser perfecto, trató de que yo lo fuera: ya es bastante carga.
Tampoco necesito un ser supremo porque me sienta diminuta: lo soy. Es cuestión de física y no de metafísica. Si mañana hay un tsunami, desapareceré sin dejar rastro. Se el lugar que ocupo en el mundo, y no me engaño en cuanto a su importancia discreta y humilde. Tampoco me importa. Existo y eso es milagroso.
Yo no sigo sus normas por tradición o imposición, sino por egoísmo. No hay ninguna que no haga mi vida mejor… en realidad hay una sobre la que discutiríamos mucho Jesús y yo, que es la de la otra mejilla. - Nunca sale nada bueno de no devolver al que te dio, sino lo haces, puede llegar a pensar que eres imbécil en lugar de piadoso-.
Yo voy a misa porque me produce paz. Me gusta estar en ese lugar con Él. No me van mucho las misas con mucho ruido y barullo, prefiero el silencio y la contemplación, pero eso ya son preferencias de alguien, al que le va el yoga religioso más que la hipocresía social.
No acudo a Dios para que me prometa algo mejor que esto: aquí estoy bien. Disfruto de las pequeñas cosas, y me enfado con las malas. De nada le culpo y doy gracias por las primeras.
Y si con tanto pragmatismo alguien pregunta ¿entonces por qué crees en El? La respuesta sería simple. Si no existiera, alguien como yo no podría creer. No estoy diseñada para creer, y sin embargo lo hago.
Cada vez que alguien hace algo bueno en nombre de Dios, le hace vivir. Cada vez que una mano se extiende para ayudar a otro en su nombre, le da vida. Cada vez que alguien se traga su orgullo y pide perdón Él respira. Existe después de tantos miles de años porque le hacemos existir, y si lo hacemos, existe.
Dios crea un círculo virtuoso. Es un círculo virtuoso.
Cuando una de esas personas consumidas por: el “tener”, el “aparentar”, el “presumir”, que no tienen un solo día bueno porque siempre hay alguien que tiene más que ellos, me miran con pena por creer en Dios sonrío. Supongo que no han llegado a entender que ellos creen en cosas mucho peores, mucho más miserables y penosas.
Con todo mi miedo a la muerte sé que ocurrirá, y se algo mejor: ni el reloj ni el coche se irán conmigo haya o no paraíso. – Igual el Vaticano ha cambiado esto último y San Pedro acepta la ascensión con bienes materiales “attached”.
¿Para qué voy a llevar a mi hijo a misa? ¿Para qué va a hacer la primera comunión? Todo eso es muy rancio, muy antiguo…
Tan antiguo como el mundo, por eso creo.
A mí me parece bien si el resto no necesitan que su vida tenga un sentido espiritual. Si los demás no se exigen a sí mismos mejorar el trozo de biotopo en el que viven, yo si me lo exijo. Yo quiero saber que he sido arcoíris y luz para los demás cuando estaban perdidos. Quiero saber que cada día he tratado de superarme y de dar el 110%. Quiero morir sabiendo que he vivido, y que los demás se han enterado de que lo he hecho.
Francamente, - según los psicólogos esto siempre es el comienzo de una mentira-, no me importa si Jesús fue, o no fue el hijo de Dios. Para mí lo fue, pero lo importante no es eso, sino que 2019 años después, millones de personas seguimos recordándole y tratando de hacer lo que nos dejó dicho: amaros los unos a los otros como yo os he amado. Simple. Directo. Complejo. Perfecto. Para eso primero tenemos que pasar por el Shemá (שְׁמַע), como hizo él. Primero tenemos que saber que solo existe uno, solo uno de su clase, por tanto no hay nada con que compararlo, ni nada que se asemeje. Es Él. Él es.
A mí me resulta tan difícil entender que los demás no crean, como a ellos entender que yo no albergo dudas de su existencia. Pero yo no albergo dudas porque para mí su existencia no es la misma que para ellos. Los demás esperan muchas cosas y se desazonan cuando no llegan, yo no espero nada, porque ya me lo ha dado todo. Me ha dado la posibilidad de vivir, me ha dejado instrucciones precisas para sacarle partido a la vida, y lo mejor es que tampoco son tan difíciles de seguir – no es un mueble de IKEA-. Cada vez que la cago lo hago yo, el control es mío, no difiero mi responsabilidad a otro: cambio reglajes y ajusto rumbo. Él es el viento.
Como nada espero, todo tengo.
De cuando en cuando me permite ver partes de su bordado. Veo hebras tejidas de su mano aquí y allá, y entonces me emociono. A veces me enfado, a veces sonrío cuando la justicia poética sé que sale de su pluma. Incluso a veces me enfurruño y lloro. Pero todo eso lo hago porque creo.
En las fiestas de guardar, en los tiempos marcados por la religión, es cuando uno más nota la diferencia. Se acerca la semana santa y con ella un montón de sentimientos complejos para mí, para muchos no es más que la operación salida de vacaciones. Técnicamente no van a ninguna parte, solo cambian su posición en el espacio tiempo, y cuando vuelvan, yo seguiré donde estoy hace mucho tiempo.
Feliz pascua para todos.
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