miércoles, 16 de enero de 2019

La tesis de Dumbledore

  Dumbledore nunca quiso aceptar el puesto de Ministro de la magia. Pese a haberle sido ofrecido en múltiples ocasiones, siempre se mantuvo firme en su negativa ¿Por qué el que era considerado el mejor y más poderoso mago de todos los tiempos, no quería aceptar el cargo de más relevancia del mundo mágico?
¿Acaso él era diferente de todos los demás mortales? ¿Acaso no fantaseaba con llegar a obtener un reconocimiento de algún tipo? La respuesta era más simple: Autoconocimiento. 

  Dumbledore sabía que: a pesar de ser brillante, inteligente y capaz; el poder le corrompería. Solo una vez lo rozó, y se transformó en alguien que lamentó toda la vida haber vislumbrado. Vio como el poder le convertía en un ser egocéntrico, egoísta y desconsiderado. Uno que solo tenía en cuenta los propios deseos, sin importarle a quien pudiera lastimar. Uno que había olvidado a quien debía lealtad y respeto. Uno que olvidó a su familia únicamente pendiente de sus propios logros y objetivos, pero sobre todo, uno que estaba alejándose de sus propias creencias.

  La mayoría de las personas fantasean con: ser Papa, o Presidente de EE.UU, o de su país, o con ganar un Oscar. Muchos, incluso, ensayan los discursos de aceptación de premios que nunca recibirán, y mientras tanto, sin saberlo sueñan y ambicionan algo que desconocen.

  Pero él lo sabía.

 Albus Dumbledore sabía que hay que ser un tipo especial de persona para que la saliva de los lameculos no te haga un traje. Para que el sudor de los que trepan no se te pegue a la ropa. Hay que ser alguien muy integro para saber que sigues siendo igual de feo y bajo que antes del cargo, y que quien te llame alto y guapo: miente. 

  Supongo que uno se acostumbra a mirarse al espejo y preguntarle ¿Quién es el más listo del Reino? Y a que siempre te responda: Tu. Pero es una respuesta de pago, porque cuando ya no haya reino, o cuando el anillo lo ostente otro dedo, el más listo será ese individuo para el espejo traidor. Y cuando ese día llegue, solo te llevarás aquello con lo que llegaste. Si. Como en la cárcel ¿Por qué acaso la vida no se asemeja en muchas ocasiones a una prisión? ¿La construimos? ¿Nos la construyen?

  Hay que ser muy indigente intelectual para pensar que ostentando un cargo uno se convierte en algo más que ceniza con pretensiones. De aquí a cien años todos calvos, ¿y quién nos recordará? Disney se apresuró a darnos la respuesta en Coco: nuestros familiares ¿Quién más? Los que contemplen lo que hayamos construido.  

  De nuevo Dumbledore lo tenía claro y construyo. Se hizo cargo de una institución milenaria y llena de un poder especial: no la magia; la tradición.

  El Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, no era solo un colegio, era una institución. Allí la magia no era lo principal aunque lo pareciera. Aquel lugar iba de preservar un modelo. Un modelo cultural, ético y moral. Un camino para los jóvenes magos. Un lugar donde se les enseñaba su lugar en el mundo, el orden establecido, y sobre todo, donde se les trataba de inculcar valores.
Nadie en el Hogwarts moderno se paraba a discutir sobre la existencia de Rowena Ravenclaw, (a la sazón una de las fundadoras del colegio), fallecida en el siglo XI. Se aceptaban las crónicas y se partía desde ahí ¿Por qué destruir un modelo que funciona? Tampoco nadie dudaba del papel de los Aurores, o de que la clase de pociones fuera fundamental. No se dudaba porque formaba parte de la doctrina de la institución. 

  Toda institución tiene una doctrina y una liturgia. Unos signos externos, un misterio. Las cosas se repiten con la precisión de las estaciones del año. Es esa repetición la que crea habitos y configura estructuras invisibles. 

   Dumbledore apenas salía de su despacho. Un lugar lleno de extraños utensilios, pero sin embargo, sabía todo lo que sucedía en todas partes ¿Era poco sociable? No. Preservaba y cultivaba la distancia que convierte al hombre corriente en mito. Esa distancia que te hace dudar si esa persona es terrena o divina. Pero estaba presente, siempre lo estaba y se ocupó de luchar contra el mal que quería dominar el mundo mágico. Tenía claro que cuando una roca se destruye, cuando un faro cae, la oscuridad se cierne por todas partes. Sabía que el mal no se detendría en su mundo, y que eventualmente, afectaría a los humanos corrompiéndolo todo.

  Dumbledore no busco excusas. Ni siquiera trató de justificar su papel en el pasado, busco soluciones. Se rodeó de personas leales e inteligentes, se dejó asesorar por sus predecesores, (ayuda que en el mundo mágico los cuadros hablen), y creó un pequeño ejército de individuos que distinguían entre: bien y mal; luz y oscuridad; lealtad y disidencia; orgullo y generosidad. 
Al final su legado fue mucho mayor que si hubiese sido Ministro de Magia. Pasó a ser recordado como el mayor y más grande mago de la historia, mientras el ministro del momento, lo fue como el inútil que dejó que todo se fuera al garete por no querer escuchar.

  ¡Ah! Pena que a algunos les den oídos y les sirvan para tan poco.

  Seguramente Khallutush-Inshushinak , Šutruk-Nakhunte o Kuttir Nahhunte III se creían el huevo del picnic, pero lo cierto es, que ni a ellos ni al Dios por el que lucharon los recuerda casi nadie. Tampoco existe ya su tierra, Elam. Esa que creyeron defender y engrandecer. Egipto en cambio sí existe. Los egipcios construyeron pirámides, crearon una identidad cultural y religiosa y con mil vicisitudes, siguen en el mapa. Eso es lo que recuerda el mundo: lo que construyes. A nadie le importa si un día le ganaste una batalla a un Babilonio. A nadie le importa si durante dos minutos creíste que eras el gallo del gallinero. Polvo, cenizas…nada. Pero los puentes y calzadas romanas, esos siguen en su sitio.

  Construir versus destruir. La eterna rueda. El que no siembra no recoge. El que no corre vuela ¿? ¡Ah! Que eso no iba ahí. Quizás sí. Quizás es que como dijo Discépolo, “Se ató dos alas la ambición”. Tal vez no. Tal vez todo se deba a esos cinco minutos de poder, a esa ráfaga de aire que entró al abrir la ventana y que arrastró con ella gritos y vítores. 

   Supongo que no soy la única a la que Albus Dumbledore siempre le ha evocado una figura religiosa. Su creadora ha tratado de evitarlo a toda costa, ya que en realidad, en su saga no hay una sola referencia a la religión. Es curioso como lo que se evita dice mucho más de uno de lo que se piensa. La vida es círculo, y cuando huyes no haces más que volver al origen. Nuestra infancia, nuestros fundamentos, los ladrillos de que estamos hechos salen a relucir hasta cuando escribimos algo “súper laico”. Somos lo que somos y esa es nuestra propia cárcel.

   Hace muchísimos años que yo tengo claro que la iglesia no tiene nada que ver con Dios. Al igual que Hogwarts, iba de algo más que la magia.

  La iglesia, católica en mi caso,  es la institución que prolonga un modelo cultural que ha resultado valido y exitoso. Un modelo basado en los valores tradicionales, con una piedra angular: la familia. Eso de lo que la mafia hizo un modelo económico porque eran Italianos, por ende religiosos.  Un modelo económico en el que prevalece la monogamia como medio para no dispersar las herencias, y en el que se enseña a cuidar de tu comunidad. El lobo solitario muere en el frío invierno, la manada no.

  Yo creo en Dios. Pero estoy segura de que el mío es el mismo del de los Babilonios que creyeron, o el de los Indostanos. Por supuesto sé que comparto Dios con los judíos ¿Qué no comparto? El modo en que se articula mi creencia. 

  Como occidental es evidente que mi fé no se produce igual que la de alguien que vivió en un desierto. Es evidente que las diferencias culturales, geográficas, sanitarias y sociales propiciaron una diversa evolución. Para mí no tendría sentido celebrar según qué cosas porque no están en mi entorno. Pero todo eso no es Dios, todo eso es iglesia: institución. Todo eso es mi marco de referencia, mi contenedor. Y por eso lo respeto, lo cultivo, lo trabajo y lo extiendo cada domingo.

  Imagino que mientras Šutruk-Nakhunte mandaba grabar sus estelas, mientras paseaba orgulloso la vista por sus dominios, jamás se paró a pensar que sería olvidado. Sus estelas equivaldrían a los medios de comunicación de hoy en día, por supuesto con menos difusión instantánea, pero el mundo era pequeño entonces. Supongo que nunca imaginó que el poderoso Dios al que servía vería modificado su nombre. El, como muchos que ostentan el poder, no comprenden: ni su propia futilidad, ni la fragilidad de una institución. No comprenden la importancia de mantenerse fieles al origen, fieles al espíritu, porque en el momento en que no lo hacen, el misterio desaparece, y cuando eso ocurre, cambian las reglas. El control cambia de manos, y se convierte en un foro de internet. Si todos podemos opinar, si todos podemos terciar y decir, al final todo se destruye. 
No se puede contentar ni gustar a todos. Es más, en realidad no se debe. Jesucristo hizo en vida más enemigos que amigos, pero dos mil años después, seguimos con él. El gran rabino de su iglesia igual tenía muchos amigos, pero no recordamos su nombre. – Los occidentales no. Seguro que en Israel sí. Me decepcionaría si no lo tuvieran apuntado-.

  Un gas siempre ocupa todo el recipiente que lo contiene. Cuando el recipiente se resquebraja el gas se escapa, pero es ocupado por otra cosa. Un proceso de sustitución. Cuando eso ocurre el elemento resultante ya no es el original, y normalmente, pierde sus cualidades.

  Cuando se tiene el privilegio de regir algo como El Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Uno tiene la obligación de preservar el pasado, de mantener la tradición y caminar hacia el futuro sin ser moderno, pero pareciéndolo. Los uniformes siguen siendo iguales, pero los niños y sus peinados cambian. Se puede tolerar que un centauro de clase de astronomía, pero porque es el mejor en su campo. Porque en el momento en que uno permite que la toga se lleve solo si se quiere, muchos padres ya no harán el esfuerzo de pagarlas, y de ahí a que nadie la lleve porque es anticuada y ridícula: un paso. Y el siguiente será pensar que tu túnica es ridícula, y que deberías vestir como todos, y luego...

  La vida es extraña y maravillosa a ratos, y hay personas que pueden elegir. Esos pocos escogidos pueden optar por ser: Ministro de magia, o director de Hogwarts. A veces incluso dentro del mismo trabajo que desarrollan pueden optar por una, u otra cosa. Se trata de escogerte a ti mismo, o a los demás. Inmanencia Vs. Trascendencia. Lo sé, nadie dijo que iba a ser fácil. El cargo con sus cargas. 

  Escucho en mi cabeza los ecos del oboe de Gabriel. Ese misionero Jesuita del que nos hablaba la película la Misión. El trasfondo de todo: el Tratado de Madrid, y el cuarto voto. Ese que convierte a los Jesuitas en un ejército poderoso con un Rey blanco. Maravilloso tablero el que hizo que cuando por fin el Rey se tornó negro, todos los peones le mirasen sin reconocerlo.

  Porque la vida es extraña y maravillosa, y hay unos pocos escogidos,  la ironía siempre inunda el Plan de Dios. Jude Law interpreta a Dumbledore cuando era joven, y también al pontífice que nunca fue. Ese al que el cuarto voto hubiera apoyado sin fisuras. Romanos 11:33 “Cuan insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos”. 

  Suena el oboe de Gabriel y me pregunto si el Ministro de Magia no podría mirarse al espejo y recordar quien es de verdad. Si no podría cerrar los ojos y recuperar lo que le hizo ser escogido, sino podría convertirse él en ese líder que esperaban muchos, en lugar de luchar contra un fantasma del pasado. Alguien idealizado y santificado porque nunca fue, y lo que no fue, nunca se equivocó ni le falló a nadie. Pero lo que no fue es Platónico, y por tanto no es, ni será.

  Quizás el Ministro de Magia recuerde y decida convertirse en el gran director. Romanos 11:33

  Para Dumbledore, el amor era la magia más poderosa del mundo. Yo siempre he pensado lo mismo. 



1 comentario:

  1. Dentro de esa tu aparente fragilidad. Estoy seguro no haber conocido una persona tan grande como tu.
    Te admiro
    Quien tu sabes y una vez más te lo manifiesta.

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