Siempre me ha gustado mucho viajar. Viajar, - no ir a sitios para poner una foto en una red social, o presumir con la vecina -. Uno de los patrimonios más grandes que mis padres me han regalado son nuestros viajes. A día de hoy creo que me quedan muy pocos países de Europa por conocer, y los que me quedan salvo uno o dos, los doy por vistos por motivos varios. Cuando hablo de conocer, lo digo con cuenta y razón. Soy capaz de pedir un café en varios idiomas, y sobre todo, de entender la idiosincrasia de casi todos los lugares por donde he pasado. Se un poquito de Canadá, tras vivir allí unos meses, y un muchito de América del norte. Me falta por conocer la parte sur del continente, no lo doy por perdido. La vida sorprende gracias a Dios.
Esta semana lluviosa y fría, me ha dado para recordar mis viajes. Tal vez sea el anhelo de volar un poco a otros lugares; mi deseo perenne, cuasi hambruna, de aprender y conocer; que las aperturas de JJ.OO siempre me recuerdan que el mundo es un lugar enorme y basto; o que este lugar y sus gentes, a veces me resultan claustrofobicos y poco estimulantes.
Con tres años viajé hasta la lejana, entonces mucho más, Suecia. Allí descubrí que casi todo el mundo puede ser guapo y rubio sin desmelenarse, y que la nieve era divertidisima para jugar pero un engorro para vivir. Aun recuerdo (con perdón) mis noches comiendo manzanas y haciendo concursos de pedos con mis "primos" Suecos, y que era capaz de entender muchas cosas de su idioma sin apenas notarlo. En una época en la que nosotros acabábamos de entrar en democracia y no teníamos de nada que fuera moderno, los supermercados de allí eran casi magia. Aquellas extensiones de comida inabarcables, la increíble sección de yogures - (aquí los hacíamos en casa con la yogurtera), repleta de sabores variados y tamaños diversos, y la alucinante sección de cereales.
Tuve la suerte de volver, porque Suecia es un país hermoso, y también la de navegar por buena parte de Europa. Viví un temporal enorme donde mientras estábamos a la capa, y la sopa había que comerla cuando volvía del balance, visione: Gilda, Robyn Hood y Lo que el viento se llevó hasta gastarlas. Contemple los días sin noche del verano nórdico, y la noche oscura que amenaza con engullirte, que solo se experimenta en el mar y supongo que el desierto. Todo ello "mi manca tanto", como se diría en mi lengua preferida, pero al mismo tiempo, todo ello me ha construido como soy. Ahora no hay temporal que no sepa que puedo pasar, y no importa los días que tenga que permanecer a la capa, porque sé que al final siempre sale el sol.
A través de mis estancias en Bruselas, conocí a todos los maestros flamencos y barrocos de la pintura europea. Lo bueno de aquel pequeño país, (que luego me regalaría un marido), es su tamaño. Con subirte en un autobús estabas en la vecina Holanda, y merced a eso, mi madre me dio más vueltas que a una noria por los Países bajos, sus museos, y sus molinos. Por desgracia no heredé su energía desbordante, aunque si su amor por la cultura y el arte.
Aprendí a amar Lisboa y su señorial encanto tras varias vacaciones pasadas allí. La vecina Portugal es un país hermoso, pero Lisboa es una pequeña joya. Entonces lo que más me gustaba era la enorme piscina de nuestro hotel, pero lo grande de viajar es que las cosas se te pegan sin darte cuenta. Hay una trasferencia, y algo del fado te impregna el alma, y luego ya no puedes escuchar a Carminho sin recordar tantas cosas.
La vida me hizo viajera y me dio la oportunidad de vivir Croacia con plenitud. Lloré su guerra de pie en un cementerio; vi soldados de paz; agujeros de mortero y tanques abandonados en mitad de campos de labranza. Las personas no saben lo afortunadas que son hasta que se empeñan en dejar de serlo. Sentí el alma eslava. Esa mezcla de tristeza y nostalgia, de sometimiento perenne al más fuerte, de guerra perpetua en el corazón, y de fé antigua y trasnochada a veces. Aprendí un poco del idioma, y ahora a veces, consigo entender algunas palabras en Esloveno. Que hermosa esta Istria en mi cabeza. Sin esfuerzo puedo cerrar los ojos y sentir el calor de Split, escuchar el rumor por el paseo marítimo, y recordar en el paladar el sabor de sus pescados.
Viví en Canadá, en el estado de (NY), y en Suiza. Me recorrí todo lo que pude de Italia en tren. Yo amo los trenes, y ansío poder hacer algún día recorridos míticos en él. Mi idioma preferido es el Italiano, así que me bastaba con estar sentada en un café bebiendo un capuchino con los ojos cerrados para estar en el paraíso. Solo no me gustó Roma: caótica, sucia y gritona. Era como escuchar a Sofia Loren gritándole a Mastroianni todo el tiempo. Aunque me emociono poder vivir el via crucis en el coliseo con el pontífice del momento. Fue una de las experiencias religiosas más plenas de mi vida, y una que le dió sentido a mi fé.
Tengo muchos más recuerdos almacenados, y todos ellos son cultura y patrimonio vital. He tenido la suerte de tener amigos: Coreanos, Indios, Griegos, Bosnios, Croatas, Suecos, portorriqueños, Mexicanos, Suizos... y con todos ellos he comido y de todos he aprendido algo: Un sueco me enseño a jugar al poker; un coreano a hacer papiroflexia; una india iroquesa me ayudó con mi proyecto sobre las ondas; mejoré mi basket con una pandilla de Croatas gigantes; Pepito de puerto rico, me regaló el que sería desde entonces mi animal preferido: la rana; mi "tío" sueco el saber que ser inteligente no sirve de mucho si no eres listo; y mi vida mejoró desde que conocí el curry gracias a un postre indio.
Reflexiono sobre todo esto cuando leo periódicos Europeos, cuando soporto los nacionalismos, cada vez que escucho a Dorotea Merkel, que como su nombre indica vive en OZ , y cuando alguien ridiculiza al presidente de EE.UU sin saber nada y por demagogia.
Yo que he tenido la fortuna de conocer a muchos Indios, (de la india), y trabajar con ellos, me maravillo con las patochadas que le han contado esta semana en el colegio a mi hija. Me he pasado días desmontando historias, y sobre todo, recordandole que la pobreza es una tristeza, pero no una deshonra. Si algo aborrezco es ese ecumenismo con aires de superioridad de los católicos. Que gran complejo de inferioridad tienen, y que manía de tener que pisar, para sentirse más grandes. Pobrecitos de los Indios si no estuvieran ellos...
Espero poder algún día, regalarle a ella lo mismo que mis padres me ofrecieron a mi. De algún modo me entregaron un pasaporte de ciudadana del mundo, y aunque a veces mi vida parece una letra de Enrique Santos Discépolo, no puedo menos que agradecérselo. Sobre todo en semanas como esta donde llueve y hace mucho frío.
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