Llega septiembre y con él, la rutina. Todo vuelve a una aparente normalidad: los niños al cole, los padres a su organización, la naturaleza a cambiar sus colores...
Este sábado, yo volví a correr. No se si aquejada por una lesión física, o del alma, no conseguía ponerme los malditos playeros. Sabéis que me encanta correr, pero me cuesta mucho hacerlo, y no siempre consigo obligarme, además, os confieso que soy tan lenta, que a veces me da vergüenza.
La cosa es, que en uno de mis lugares favoritos, Rodiles, salí a correr, y fui feliz. Saqué de dentro algunos fantasmas; disfrute con el olor del mar; con el ruido que hace la madera del paseo costero bajo mis pies mientras lo golpeo; con los magníficos colores de la ría, y con el vuelo de las aves que hacen de ella su hogar. En fin, que exorcicé un poco mis miedos, y un mucho mis dolores, y con ese gesto, aparentemente simple de calzarme los playeros, una vez más, me subí al ring.
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