Lo primero de todo disculparme por haber tardado tanto en escribir. He estado liada con un monton de cosas, y francamente, no puedo decir que ninguna haya dado demasiados frutos. Sea como fuere, ayer fui a Oviedo a ver a la Ospa. Como me suele suceder, entre de un modo y salí de otro, siempre tengo la sensación de ser un trozo de cristal que entra en el agua; afilado, tenso, cortante, y que sale de ella pulido y suave.
Como ya os dije, esperaba con emoción el concierto de ayer. Hace tiempo que había comentado que me encantaría escuchar algo de Saint- Saëns, y la Ospa, no solo me dio en el gusto, sino que me trajo a mi violonchelista preferido a tocarlo. Solo por eso, GRACIAS.
El concierto fue maravilloso. El Director, un jovencisimo Guillermo García Calvo, me recordó un poco a Pep Guardiola, eso en mi caso no es bueno, pero le perdone el parecido al descubrir, que era muy competente en su quehacer; quizás demasiado enérgico y saltarin, pero se le pasara con la edad supongo. Porque si algo demostraba este concierto, era que en el arte, la edad si importa, pero no para mal, sino para bien.
La primera pieza muy bonita, de Gustav Holst, pero ya está. Muy bien interpretada, con momentos muy chulos, pero como me pasa con otra obra famosa de este autor, "Los planetas", a mi se me queda inconclusa. Como si quisiera abarcar mucho, y al final, no llegara a ninguna parte.
Por fin, llegó EL, el Stradivarius de 1707 de Mork. Un anciano de 307 años, bello, elegante, ligero, con un sonido hondo y antiguo. Como ya os conté que mi sueño es poder asistir a clases de cello, me senté en butaca para poder disfrutar de la tecnica de este hombre. Es curioso, porque sin cello, es un hombreton grande y de apariencia tosca, pero cuando toca, se funde con el instrumento, fluye con él, lo acuna, y se mece, hasta sacar de él sonidos hermosos, de esos que te vibran dentro del cráneo.
Su interpretación del Concierto para violonchelo nº1 de Saint Saens, fue magistral, pero la del nº2 fue de Master class.
Y de Saint Saens que deciros, me gusta tanto su obra, su espíritu juvenil, la alegría de sus notas, a pesar de lo melancólico de algunos pasajes. Se nota que entre uno, y otro concierto, transcurrieron treinta años, porque el segundo es mucho más perfecto, redondo, y maduro.
Este mundo Occidental nuestro, podría aprender mucho de la música, de la sabiduría de un Stradivarius, o de la redondez de la obra de un músico cuando alcanza la plenitud. La juventud es promesa, pero la madurez es cosecha.
La ultima obra de Stravinsky, "Juego de cartas", muy divertida, muy bien interpretada por una orquesta juguetona, y sonriente. ¡Pena no haber podido ver a las cartas bailar!, sobre todo, porque la coreo del ballet la hizo el genial Balanchine.
Aquí lo dejo, fui feliz. Basta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario