domingo, 16 de diciembre de 2012

Sobre la ambición

El sábado, mientras veía una Opera desde el Met de NY, recordé que a pesar de haber estado en la ciudad tres veces, no tuve la suerte de asistir a una representación de opera. Si tuve, sin embargo, la fortuna de ver varios espectáculos. Uno de ellos, The masterbuilder (el maestro constructor) de Ibsen, magistralmente interpretado por Morgan Freeman, al que tuve el honor de dar la mano y el placer de intercambiar unas palabras.

El maestro constructor era una hombre ambicioso, tanto, que sacrificó toda su vida para lograr el éxito. Como no, como todos los ambiciosos, se dejó cegar también por la ilusión del amor de una mujer mas joven, con la que fue infiel a su esposa. Para impresionarla a ella y al mundo, decidió construir una torre que fuera la más alta, una torre que desafiara al mismísimo Dios. Y la construyó. Y se subió a lo alto para celebrarlo. Pero el tiempo pasó y otro constructor mas joven empezó a lograr cierta fama. ¿De que sirve todo lo logrado si al final nos morimos?, si otros mas jóvenes llegan..., la mujer volvió a su vida y en el momento en que el constructor se encontraba mas vulnerable, en el momento en que sentía que ya no era el más importante de los constructores, ella le pide que suba a la torre de su ultima obra. El maestro, queriendo recuperar lo perdido, se sube a la torre, pero cae y se mata.
Ultimamente, a mi alrededor, hay varios Halvard Solness. Personas que construyen torres enormes y creen que por ello son alguien. Personas que adoran el dinero por encima del amor, o el poder por encima de las personas. Nadie es eterno, no hay humano que pueda desafiar a ningún Dios, en el intento siempre se muere, sino física, si moralmente. La ambición solo lleva a la soledad, porque en el ascenso a la cumbre se pierden los amigos y se te adhieren a la piel aquellos parásitos que te destruirán. El ambicioso causa mucho dolor mientras asciende, porque lo hace caminando por una escalera de cuerpos, pero al final, cuando llega arriba ve que no hay nada. Vacío. No habrá posesión material que ampare la caída y tampoco una mano que al llegar abajo coloque dos monedas en los ojos para Caronte. Si los ambiciosos, codiciosos y soberbios supieran lo miserables que son y lo pateticas que son sus pequeñas vidas, quizas se pararían y dejarían de subir la escalera de la torre, desde la que saltaran al vacío. Y que Dios se apiade de sus almas... o lo que quede de ellas.






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