viernes, 22 de marzo de 2019

Dieciocho compases

   El concierto para piano nº3 de Bela Bartok es para mi de lo mejor de su obra. Aúna toda la genialidad del autor e introduce sonidos nuevos. Como el comunismo es tan estupendo, todos los que pueden se van. Bartok vivía en América cuando compuso esta obra, y yo adivino en ella sonidos nuevos. Un brillo casi Hollywodiense alejado de esa tristeza tan eslava que planea sobre su obra. 
    Donde empieza mi conflicto es con el hecho de que no pudiera terminarlo. Padecía leucemia y murió dejando dieciocho compases inacabados. Quizás por ello, cuando termina uno siente que le falta algo, que habría más que contar. No importa que alguien terminase esos compases por él. Falta el aliento del genio. Punto y coma que se convierte en punto final.

    Hace mucho que tengo un problema con la muerte: no la entiendo, y no la acepto. Lo sé, se que no me queda otra que asumirla, ¿pero quien en su sano juicio puede aceptar algo así? La perdida de un genio en el mejor momento de su carrera, la perdida de alguien querido, la de alguien que merece la pena., la de alguien al que esperas volver a ver...


  Esta semana se ha ido un profesor al que quise . Alguien que con sus alpargatas azules y su humildad, ayudó a muchos y nunca se arrogó el merito de casi nada. Era de esas personas que suman y construyen, de las que facilitan que los demás brillen sin querer salir en la foto. Una de esas de las que el colegio podría beneficiarse, ahora que todo se mueve a golpe de foto y apretón de mano publico. Foto vacua, detrás de la que no hay nada más.

   Él tuvo: sus dudas, sus errores, sus altos y sus bajos; humano en definitiva. Pero su humanidad era lo que le hacia grande, y lo que nos dejó a muchos un cariñoso recuerdo de su sencillez.

     Muchos hablan de dar la  mano, él te la daba.

    Mientras veía ayer una serie que me gusta, Bull, - aúna dos de mis pasiones: NY, y la psicología social -, el personaje principal dijo lo siguiente refiriéndose a un chico joven:

      -Si consigue llegar vivo a los veintiséis, será una gran persona.

     Siempre he pensado eso mismo, que los veinticinco primeros años, uno se los pasa perdido. Son años donde el peligro acecha de muchas formas, y hay que tener mucha suerte para sortearlo. No son solo los demás, también uno se equivoca porque no es adulto, pero vive en un mundo de adultos. Además a esa edad, uno tiene la fea costumbre de pensar que va a vivir para siempre, y que tiene tiempo para todo. Otro engaño del demonio. 
Son años en que se necesita tener: guía, suerte y cabeza. Pero si no haces bien las cosas, a lo  mejor eso te pasa factura el resto de la vida. Al menos en este país, donde al contrario que en Bull, Fordham no te da una beca cuando pasas de los cuarenta.

    Todo esto se agolpa en mi cabeza ahora que me doy cuenta de que, cuando le conocí, él tenía aproximadamente la misma edad que yo ahora. Ese momento en que aun eres joven para ser viejo, pero eres viejo para ser joven. Ese momento en que te encantaría que la vida te diera esa oportunidad, y como no llega, te vuelcas en los demás. Tratas de que lleguen a los veintiséis vivos, y siendo algo de lo que se sientan orgullosos. Esos renglones torcidos de Dios, a veces, son muy jorobados. 

    Bela Bartok no pudo ver su obra estrenada, Alfonso no pudo ver corretear a mi hija por los mismos pasillos que yo recorrí atribulada, y yo no pude decirle cuanto agradecí esa mano que tendió sin publicitarla. 

     Me faltan dieciocho compases con muchas personas.

     Dieciocho compases...

     D.E.P.





















     

    

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