Dumbledore nunca quiso aceptar el puesto de Ministro de la magia. Pese a haberle sido ofrecido en múltiples ocasiones, siempre se mantuvo firme en su negativa ¿Por qué el que era considerado el mejor y más poderoso mago de todos los tiempos, no quería aceptar el cargo de más relevancia del mundo mágico?
¿Acaso él era diferente de todos los demás mortales? ¿Acaso no fantaseaba con llegar a obtener un reconocimiento de algún tipo? La respuesta era más simple: Autoconocimiento.
Dumbledore sabía que: a pesar de ser brillante, inteligente y capaz; el poder le corrompería. Solo una vez lo rozó, y se transformó en alguien que lamentó toda la vida haber vislumbrado. Vio como el poder le convertía en un ser egocéntrico, egoísta y desconsiderado. Uno que solo tenía en cuenta los propios deseos, sin importarle a quien pudiera lastimar. Uno que había olvidado a quien debía lealtad y respeto. Uno que olvidó a su familia únicamente pendiente de sus propios logros y objetivos, pero sobre todo, uno que estaba alejándose de sus propias creencias.