sábado, 10 de noviembre de 2018

Veintitres años después (yo)

    No hay nada ni nadie con mas ironía que la vida, ni siquiera los maravillosos "Les Luthier". La primera vez que pude asistir a un espectáculo suyo fue en el año 1996 y lo recuerdo como uno de los mejores momentos de mi vida. Me impactó que se pudiera hacer un humor tan elegante e inteligente, sin ofender a nadie, y sin embargo tan pícaro y divertido al mismo tiempo. Mucho más su maestría como músicos, y por supuesto, sus ya famosos instrumentos. Era impresionante verles pasar de un piano a un violín, y luego tocar uno de sus inverosímiles, pero perfectos en sonido y afinación, instrumentos. Por eso son Luthier, y por eso tienen la fama que  tienen.


     La primera vez que les vi y cuando los descubrí fue gracias a mi entonces novio. Solo por ese descubrimiento y ese regalo tiene ganado el cielo. Esta vez me invitaba mi marido por nuestro aniversario de boda, y no lo hacia en el mejor momento. A veces el cielo se pone tormentoso y no escampa. Confieso que ayer tenía ganas de cualquier cosa menos de emprender camino para ir a verlos. No me son extraños, les veo mucho en internet, en realidad muy a menudo escucho su canción "Perdonala" que es de mis preferidas, aunque "La hija de Escipión" no le va a la zaga. Es difícil escoger cuando la obra es tan excelsa. Así que digamos que tenían difícil sacarme de mi estado de animo.

      Como este no es un post misterioso, ya imaginareis que me lo pasé genial, y que mereció la pena ir, pero os lo contaré igual. 

      Habían pasado veintitrés años, y nos encontramos más mayores los unos y los otros. Fue como un reencuentro con amigos del colegio. Todos mas viejos, con más heridas de guerra, con más sabiduría y con ausencias ¡Eché tanto en falta a  Rabinovich! Su histrionismo, y esa pareja perfecta que hacia con Mundstock, no son fáciles de olvidar ni de igualar. Cada vez que salía el piano de cola buscaba con la mirada a Carlos Núñez, pero al final, la voz de Mundstock y la timidez cómica de Puccio me recordaron que eramos nosotros; los de siempre. Aunque joroba ver como la vida hace esas cosas, como quita y pone, como cambia y encanece todo. Ya lo dijo Robert Frost: "Nothing golden can stay".

    Es un espectáculo en que se añora muchísimo a Johann Sebastian Mastropiero, aunque Mundstock recuperando sus años como locutor de radio no tiene precio. En realidad su voz no lo tiene, me recuerda mucho a la de mi padre, y no me cuesta imaginármelo en el escenario mirando alrededor con elegante distancia como lo hace él. 

     Supongo que la vida es así; que no te toca la lotería cuando la necesitas, ni estas guapo el día que pasa el chico que te gusta, ni tienes el pelo bien cuando querrías. Supongo que hay que reírse cuando te cuentan un chiste y aprovecharlo, porque pueden pasar veintitrés años antes de que te lo vuelvan a contar. Es difícil aceptar esa falta de control, esa anarquía total del mundo que parece no obedecer a ninguna regla. Para alguien como yo es complejo admitir tanto desorden, sobre todo cuando el caos, nunca juega a mi favor.

      Ayer mientras les miraba pensé ¿a cuantas cosas han sobrevivido ellos? Rozando la genialidad, siendo talentosos y Argentinos. Para muestra un botón: su chiste sobre el portavoz del gobierno que cobraba de un capo de la droga, y en vez de terminar en la cárcel lo hacían ministro de justicia, lo dice todo. Hace más de veinte años sus ironías políticas no fueron tan aplaudidas. No porque no tuvieran gracia, sino porque aquí no estábamos en esa onda. Uno es incapaz de entender aquello que no ha vivido. Por desgracia ayer el chiste se nos hizo muy real a todos, y fue de los más coreados. Esa deriva ha cogido España, otra cosa desordenada y caótica más.

     Ellos no lo saben, pero ayer me regalaron una sonrisa que me hacia mucha falta, y durante dos horas, un paraguas protegió mi cabeza de la tormenta.













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