Mi calle es una calle normal de una pequeña ciudad normal. No está situada en el peor sitio, tampoco en el mejor. Llegué a ella hace unos años, cuando nuestro piso anterior nos ahogaba con sus facturas eléctricas imposibles y su falta de espacio. Alguien tendrá que pagar algún día por la proliferación, en un país deficitario de electricidad, de: suelo radiante y vitroceramicas.
Cada vez que llega el frío del invierno me pregunto por el nuevo inquilino de aquel coqueto iglú. Yo llegue a pagar todo mi sueldo entre alquiler y electricidad muchos meses, y aún así, vivíamos congelados.
Ayer me paseaba por las calles adyacentes, y me fijé en que no quedaban casi negocios abiertos. Desde que nos mudamos los únicos que no han cerrado han sido los que pertenecen a grandes cadenas, y los bares ¡como no! Todos los demás han entrado en una suerte de ciclo fatal: Se alquilan, llega alguien ilusionado que pone un establecimiento agradable y pinton; a los seis meses, un nuevo cartel" liquidación por cierre". Y vuelta a empezar...