Mi cumpleaños es siempre un momento complejo para mi. Supongo que la mayoría de las personas hacen su repaso vital con el cambio de año, o quizás no lo hagan nunca, pero yo de un modo inconsciente siempre lo hago un poco antes de mi onomástica. Sin saber bien el motivo me introduzco en un periodo de reflexión profunda, de búsqueda e introspección. Suelo llorar y reír, recordar y olvidar, asumir y perdonar en una especie de entre aguas, de desubicación temporal.
A mi, siempre tan exigente y perfecionista, me cuesta aceptar. Sin más. Aceptar lo que no es, lo que no llega, lo que no se consigue, lo que si llega, lo que falta, lo que sobra. Hay días en que me cuesta reconciliarme con el paso del tiempo por mi cara, días en los que me cuesta cargar con mis errores, y días en los que desearía tener menos exigencia y conformarme.
En este percorso casi espiritual que recorro antes de mi día, me acompañan los que no están. Siempre presente mi amigo Iñigo, que me dejó cuando tenía catorce años y al que nunca consigo olvidar, aunque a veces quisiera poder hacerlo. El me recuerda que siempre es mejor cumplir que la alternativa, aunque también lo aleatorio y escalofriantemente arbitrario que resulta el vivir. Muchos dan por sentada la vida: yo no. Dejo que sus pecas y su enorme sonrisa se aparezcan en la bóveda de mis sueños, y que me diga que esta orgulloso de cada año que he cumplido.
Recuerdo a mis abuelos, que tanto faltan en mi foto, y a la familia que renunció a mi por unos u otros motivos. Añoro esos amigos que no están, y una parte de mi, a esos otros hijos que no pudieron llegar. Me gustaría que mi familia Americana hubiera deseado mantener el contacto, y que ese día nos llamásemos por teléfono, a veces hasta ensayo la conversación. Me conformo con la escuálida tarjeta de Navidad que me envían: como digo, me cuesta aceptar. No es sencillo ser alguien para el cual el pasado fue ayer, siempre.
Supongo que nunca ha sido sencillo ser hija única, y tampoco tantas otras cosas. Sin querer la excepcionalidad de unos y otros, te condenan a la soledad.
Estos últimos años han sido convulsos para mi, he soñado con celebrar mi cumpleaños con más personas alrededor, y hubo momentos en que pensé que iba a lograrlo. Como digo cada vez hay más sillas vacías, y quizás por culpa mía, no logro llenar más. No es sencillo ser yo, aunque eso si que lo tengo aceptado.
Trato de ser benevolente conmigo misma, y me recuerdo todo lo que he hecho bien este año. A todas las personas a las que he ayudado a través de un proyecto personal que tengo, y en todos los que me han dicho que les alivio el alma con mis palabras. Me digo que mi mejor proyecto, mi hija, va por buen camino, y que para mi edad estoy bien aunque me jorobe verme arrugas, y demás. Me repito todo lo que he aprendido en este ultimo año, y lo mucho que me he esforzado. Hay días en que me cuesta mas pasar las tormentas, pero en esos días Dios me sonríe y me hace fijarme en algo que no había visto, y cuando me doy cuenta sonrío con Él.
Hay días en que llevo peor que otros el rechazo y el olvido, días en que las mezquindades y la ignorancia me agotan, días en que la mendacidad me puede, y hay días en que parece que me canso de construir y que parezca que no he construido nada. Pero luego respiro hondo, y me acuerdo de que tengo muchas cosas que hacer, y de que quizás no son las que yo desearía, pero son, y de que quizás en mi cumpleaños no están muchos, pero están otros que son vitales.
Recuerdo que en este año Dios me ha regalado salud para mi y mi familia, y en todos los obstáculos que he hemos vencido. No lo digo por decir, tengo claro que salud y familia son lo único que cuenta de verdad para mi, aunque me lo tenga que recordar cada vez que encajo un revés cruzado. Porque soy humana, y a mi pesar, yo que me creo tan racional cada emoción me recuerda mi fragilidad y mi lugar en el universo.
Para mi día dan sol, será un esplendido primer día. Uno en que estaré con todos los que se han ido, y con los que están, física y espiritualmente. Sobre todo, si Dios quiere, estaré.
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