sábado, 4 de febrero de 2017

Treinta y cuatro horas

   Corría el año 1991. Estaba sentada en clase esperando a que llegase el profesor de ciencias, charlando con mi compañero de banco Elías. El me estaba contando algo gracioso y yo me empecinaba en hablarle de la guerra de Yugoslavia. Le leía los datos que había apuntado en un papel mientras veía a Arturo Pérez Reverte en el telediario.  A él le impresionaba mi empeño en hablar de "algo que no nos importaba", a mi me impresionaba que a nadie le importase. Yo le decía que en alguna parte de Yugoslavia, habría otros niños como nosotros llamados Goran y María, que ya no podrían ir al colegio porque su país estaba en guerra. Ni con esas le convencí.
 
     Pasó el tiempo y como Dios escribe recto con renglones torcidos, la vida quiso que conociera muy de cerca lo que la guerra de Yugoslavia le hizo a varias generaciones. Contemple los agujeros de mortero en las fachadas; los carros de combate abandonados como estatuas olvidadas en mitad de un  campo de cultivo; las casas derruidas; los cementerios llenos de jóvenes y niños; la tristeza; las fotos nunca recuperadas porque los soldados quemaban todo lo que encontraban a su paso; y las ceremonias de boda donde siempre había muchos muertos que recordar.

miércoles, 1 de febrero de 2017

A más conservadora una idea, más revolucionario el discurso

     Antes de entrar en materia me gustaría aclarar algo no por obvio menos importante: no soy familia de Donald Trump. No solo no soy familia, no estoy en nomina, y por circunstancias vitales creo que no vamos a cruzarnos nunca en la vida. Lo que si soy es alguien con un problema de edema ovárico, o lo que traducido a la lengua Cervantina viene a ser, que se me hinchan los ovarios con facilidad.
Un amable lector me apuntaba el otro día, que la ojeriza "progre" al señor Trump, ya era antigua y venía por su alma mater: la universidad de Fordham. Dicha universidad fue fundada en 1841, por el entonces arzobispo de NY John Joseph Hughes, como respuesta a la discriminación ejercida por la Universidad de Columbia que no admitía estudiantes Católicos. No solo eso, la Universidad es privada, católica y de la Compañía de Jesús. Tres cositas que te suelen acarrear bastantes enemigos, porque no nos engañemos, los jesuitas tienen la habilidad de irritar al mismísimo Dios. (Menos el Papa, que por no irritar a nadie va a terminar el solito con la iglesia).